No es más que un "hasta luego", Satie
Por Rafael Castillo Zapata.
Queridísimo Satie: quería seguir escribiendo sobre ti, para seguir riéndome contigo y hacer reír a los que escuchan los microgramas que te escribí. Fueron seis nada más. Y quedó mucho, mucho que decir sobre ti. Te debo unos cuantos cuentos más contigo como protagonista, el más divertido, entrañable de los artistas, pianista malabarista, jugador empedernido, bromista, maestro de la risa y el reír. Pero tú sabes, Satie -¿o me dejas que te llame, amigo, más bien Eric?-; Eric, tú sabes que Baudelaire está cumpliendo doscientos años y hay que celebrarlo: y aunque él nunca supo lo que era reírse -aunque escribió sobre la risa y filosofó sobre la caricatura- como tú sabes y nos enseñas, bendito seas, a reír, y me mira, ahora, en una postal, con la misma cara de amargura que capturó Carjat y que él empezó a poner cuando se le vino el mundo encima por culpa de aquellas flores enfermas en las que, aunque te empeñes, como quizás sabes, no encontrarás ninguna que te haga reír o sonreír: todas están malditas, hasta las más soñadoras, hasta las que quieren mostrarse festivas; y no tiene caso buscar lo que no existe en ese jardín lleno de spleen, y aunque así sea, digo, te debo abandonar por él un rato. ¿Crees que no lo sé? Más me valdría reír y seguir riendo contigo y con otros que me hacen reír -Carlyle, Kafka, Nabokov, Walser, Monterroso, Boswell, en fin-, humoristas recamados, primos-hermanos tuyos, en vez de embriagarme con el láudano o con la famosa jalea verde con la que Baudelaire sólo fantaseó, ya que apenas la probó, mintiéndonos a todos, copiándose de Poe y de De Quincey para escribir sobre aquellos lujosos, lujuriosos paraísos que nunca visitó, en verdad perdidos, puesto que apenas los conoció. Pero no lo juzguemos mal, que en poesía todo es mentira, que en literatura todo es ficción, y siempre que haya emoción vale la pena visitar alguna de sus comarcas falaces y divertirse con el carnaval de sus disfraces. Además, son doscientos años, Eric querido, debo darle prioridad a él. Ya celebraremos juntos tus primeros cien y medio, que ya se cumplieron, lo sé, pero nunca es tarde y los conmemoraremos igual, aunque con leve retraso. El caso es que debo ocuparme de este viejo chocho al que le debemos tanto, para bien o para mal, en nuestro moderno, demasiado moderno ir y venir. Así es la rutina de un escritor asalariado, como el propio Baudelaire lo fue. Por suerte, entre nosotros, los salarios que ganamos los sudamos con placer, echándonos a reír. Está bien así. Me despido, riéndome, aquí.