Satírico Satie (un músico que ríe) 5

 


 

 

Por Rafael Castillo Zapata.

Jugar a derribar el ritmo cercado por los compases, que consideró falaces, para componer una música fluída, sin modulación y sin cadencias, organizada en autónomas secuencias, sin intención de articular una sintaxis, proponiendo, en cambio, una suerte de parataxis de fórmulas melódicas y armónicas estáticas, repetitivas, ha hecho de Satie no sólo un compositor incomprendido -casi ninguno de sus contemporáneos supo apreciar cuánto valía lo que hacía- sino un profeta de la nueva música.

¿No está acaso ejerciendo, secreta o evidente, su influencia, por ejemplo, en el llamado minimalismo musical? Poco antes de su muerte, Satie fue descubierto de pronto por los dadaístas de París: sus experimentos, iniciados ya entre 1886 y 1895, y desarrollados sin tregua a lo largo de la siguiente década, hicieron visible al músico bromista, no para burlarse de él, sino para reconocerle su calidad de artista de vanguardia, compañero de ruta de aquellos que, en 1920, aprovecharon el tumulto provocado en medio del estreno del Ubu Roy de Jarry para leer un patafísico Manifiesto caníbal, la última boutade concebida por el tremendismo trepidante de Picabia.

Y fue precisamente éste el que le puso el lazo a Satie al elegirlo como compositor de la música del estrambótico ballet que se le había ocurrido. Así es como el autor de las Gymnopedies terminó componiendo para Relâche -pieza que pasa, a menudo, por ser el canto de cisne del dadaísmo francés antes de convertirse en surrealismo-, una serie de danzas en las que nuestro músico echó mano de tonadillas populares para deformarlas a su antojo, apelando a la repetición de motivos que caracterizaban su estilo serial e instantaneísta.

La obra fue, por supuesto un escándalo, y algún entusiasta de entonces pudo llegar a decir que Dadá mimaba a Satie; que, al adoptarlo, Dadá le proporcionaba nuevos bríos a sus farsas esotéricas.

Pero quizás era al revés, pues, como dijo mucho después el músico John Cage, fue Satie quien le enseñó a los músicos del siglo XX que un sonido es un sonido y que todas las ideas sobre la expresión simbólica de los sentimientos en la música no son más que achacosos parloteos.

Satie nos mostró, así, cómo se puede ser de vanguardia estando en la retaguardia, haciendo una música que pareciendo arcaica e infantil, o primitiva y hasta simplona, era más bien de avanzada, incluso revolucionaria, pero siempre sutil; satírica además de gentil.