Satírico Satie (un músico que ríe) 2
Por Rafael Castillo Zapata.
Leo a Satie, el músico humorista, y me parto literalmente de la risa, me doblo por la mitad y debo soltar el libro que tenía entre las manos para reírme a mis anchas con comodidad. ¿Cómo no comenzar entonces por él, con él, esta serie dedicada a lo cómico en el arte, si tanto me hace reír?
Resulta, sin embargo, un tanto peculiar comenzar con un músico, ¿no les parece? Por lo menos, yo no me lo esperaba para nada. Había pensado en Rabelais, en Carlyle, en Kafka, en Nabokov, mis maestros de la risa y la sonrisa.
Había pensado en Boswell, que siempre me hace reír cuando repaso su desopilante Vida de Samuel Johnson, en la que se inspira Nabokov, sin duda, para escribir su magnífico Pálido fuego -modelo de sutileza en el vasto campo minado de la risa literaria-. Había pensado en el viejo Cervantes y en otros, por momentos, como él, igual de irónicos, mordaces, sagaces e hilarantes.
Pensé en Gombrowicz, en Ionesco,en Lewis Carroll, en Joyce y en Jarry. En el soldado Sedwejk del checo Hasek. En los tiernos tontos de capirote que pueblan los mundos jocundos de Roberto Walser. Y en Chaplin, por supuesto, y en Keaton y en la familia Marx. Hasta en Aristófanes pensé. Y en Woody Allen, incluso. Y, claro está, en una de las novelas más estrambóticamente cómicas que haya podido yo leer en lo que llevo leyendo (que ya es mucho, aunque nunca suficiente): La conjura de los necios, de John Kennedy Toole, cuyas bromas e insolencias casi me enferman de tanto reír y reír.
Y entre todo ese manojo de manjares cómicos nunca ví ni entreví a un músico. No se me pasó nunca por la cabeza mientras le daba vueltas al asunto que también los músicos ríen a veces con sus piezas.
Pero así es la vida: una tómbola, como decía una cantante allá en mi infancia. Llegué incluso a pensar en ciertos pintores: en Goya, en Daumier, en Grandville, en Gavarni. Pero nunca en Satie ni en Debussy, tampoco. Y héte aquí que ha sido Satie -no Debussy- el que ha encendido la chispa que me ha llevado a escribir por fin lo que ahora escribo, prolongando lo que no es más que un preámbulo que se muerde la cola dando vueltas sobre sí mismo.
Todo para ganar una semana más de tiempo para preparar la respuesta a la pregunta que muchos se habrán estado haciendo hasta aquí. Sí, ¿por qué precisamente Satie? ¿Por qué Satie y no Debussy? Pues eso ya lo veremos en el próximo micrograma, que está, por supuesto, por escribir. Todo sea por reír.