Satírico Satie (un músico que ríe) 1

 


 

 

Por Rafael Castillo Zapata.

Durante semanas he intentado escribir una serie de textos sobre lo cómico en el arte, y no he logrado escribir ni siquiera uno que me provoque a mí mismo la risa suficiente como para sentirme satisfecho: si he de escribir sobre lo cómico, me parece, al menos debo poder reír con lo que escriba.

Yo quería reír a risotada limpia y lo único que me provocaba a mí mismo lo que escribía era una sonrisa o una media risa, nunca una sonora y soberana carcajada como la que yo soñaba. Pero luego me dije: una risa bien vale una misa, es decir un micrograma.

Y aun así no logré arrancar de manera decisiva y cada texto que empezaba lo dejaba a medias, frustrado e incómodo conmigo mismo por lo que consideraba irremediable torpeza mía. Pero la torpeza mía, al menos, me hacía sonreír, y por eso seguí adelante, con el cuidado de no estropear esa torpeza de donde, intuí, nace, en muchas ocasiones, la risa.

Sí, en efecto, la torpeza nos hace, primero sonreír, con cierta condescendencia, cuando es una simple torpeza; nos hace reír un poco más fuerte cuando la torpeza es más aparatosa y puede provocarnos verdaderas convulsiones y hacernos llegar casi hasta el gemido o al lagrimear jocoso, incluso copioso, cuando la torpeza se sale por completo de cualquier lógica casilla, y, escandalizados y conmovidos, nos embarga una alegría tan expansiva y liberadora como puede serlo, a menudo, un soberano estornudo.

Con ambos algo estalla dentro de nosotros y nos libera de una cosa que no sabíamos que nos oprimía antes de sentir el sacudón magnífico que estremece nuestro plexo solar con un seísmo que puede llegar al paroxismo y alcanzar el súmum de la risa risa, que es, como todos saben, morirse de ella.

Lo que acabo de escribir, por supuesto, no me parece que mate de risa. Pero debo seguir entrenándome en convocarla manteniendo controlado el nivel de mi torpeza, evitar así, por todos los medios, caer en la destreza, que sería caer, de plano, en la seriedad, que es, sin duda, lo más torpe que le podría ocurrir a alguien que lo que quiere es reír y comprender por qué se ríe.

La risa, ya se ve, nos espera a la vuelta de la esquina en una frase, en un gesto, en un desliz, en un matiz. No dejemos, pues, que se nos escape. Vamos, para cultivarla, a insistir y proseguir, investigando con ustedes por aquí acerca de ella, hasta que no podamos, en coro y a toda vela, parar de reír.