Rilke, lector de Cézanne
Por Rafael Castillo Zapata.
En la aventura de Paul Cézanne, en la deriva histórica que lo trasciende, con su incesante presencia en el devenir de la pintura moderna, la figura de Rainer María Rilke es, vamos a verlo, fundamental. Las cartas que el poeta le escribe desde París a Clara, su mujer, durante el otoño de 1907, constituyen, sin duda, un auténtico tratado sobre la pintura de Cézanne, un tratado muy singular que plantea, con una gran perspicacia y una poderosa lucidez intuitiva, aspectos fundamentales del quehacer del pintor y de su estética, aprehendidos desde la sensibilidad delicadísima y a la vez irrefutable del autor de las Elegías de Duino. Este conjunto de cartas nos pone por delante, de manera patente, la pertinencia operativa y conceptual de la sentencia horaciana que implicaba –ut pictura poesis- a ambas artes en una mutua relación de definición e interdependencia. En la relación de Rilke con Cézanne, en efecto, el pintor se deja ver en el poeta y el poeta en el pintor. Y de un modo muy peculiar. Pues no se trata tanto, en este caso, de que el poeta y el pintor empleen entre sí herramientas constructivas que corren paralelas y se comunican, resonando mutuamente, sino de que, en lo que nos dice Rilke acerca de Cézanne, vemos, además, cómo un poeta se nutre de un pintor para crecer en su arte, por su parte. La obra pictórica se convierte, así, en conductora de modelos de acción y comprensión que el poeta asimila para sostener su propia performance productiva. No es solo, pues, que un poeta nos devuelve en su análisis espontáneo y minucioso de las obras de un pintor, un tratado feliz de la pintura, sino que, ese poeta, Rilke, el sorprendido flaneur de una deriva entre los poderosos cuadros de aquel insólito maestro, se hace más poeta a medida que contempla y comenta ciertos cuadros de Cézanne. El diálogo que mantiene con su mujer a propósito de lo que va apreciando a lo largo de sus reiteradas visitas al Salon, le permite cobrar conciencia del papel que puede jugar la pintura, y precisamente la pintura de Cézanne, en su poesía. Es como si sintiera que esos cuadros le proporcionan una suerte de estructura refleja en la que puede, con íntima certeza, reconocerse. Se trata de un poeta que es todo ojos, capaz de oír al mismo tiempo lo que esos cuadros le dicen.
De este modo, diríamos, Rilke se afina y se refina como poeta escuchando lo que ve. Y entonces comprendemos todo lo que un poeta le puede deber, para toda su vida de creador, a la poesía muda, que diría Leonardo, de un pintor.