Charles kinbote: el monstruoso simulacro de una novela. Las sátiras académicas de Vladimir Nabokov (10). Pálido fuego (1962)

 


 

 

Por Rafael Castillo Zapata.

Pero a todas éstas, y ultimadamente, ¿qué es por fin lo desconcertante del tal profesor Kinbote que moviliza en Pálido fuego la maquinaria de la farsa y la explotación de la risa? Para mitigar la desconfianza de nuestro auditorio -vaya engorro- no nos queda otra salida que mostrar al menos una prueba que sustente nuestro caso después de cinco audiciones dando vueltas. Pero antes de hacerlo es necesario advertir al amable radioescucha, por si no ha quedado claro, que en Pálido fuego hay dos alas desiguales en un mismo pájaro: un ala son los Cantos, en los cuales no hay parodia y la rapsodia con su melopea no proporciona ninguna razón para reír; es el ala seria y trascendental de un poema sobre la vida y la muerte, el dolor y la enfermedad, el amor conyugal y paternal, las tragedias de una familia académica disfuncional, la familia Shade. La otra ala, hipertrofiada, es el ala del descabellado comentario que un maníaco fugitivo hace del libro en cuestión. También los Cantos son la novela; pero lo novelesco, en su irritante irrisión, es, sobre todo, el comentario; el disparatado comentario de cada verso que convierte el poema en un pretexto para que el comentador se enrede en su propio laberinto de recuerdos, vicios, rencores y manías, y en vez de hablar de los Cantos hable de sí mismo y convierta la crítica literaria, como dije en otra entrega, en una caótica y catastrófica fanfarronada egotista: un maniático perorando sobre sí mismo haciéndonos creer que habla de un poeta y su poema, a los que, en su desmadre, pierde por completo de vista.

Tan abrumadora resulta por momentos la proliferante enredadera del comentario, que el propio Kinbote, en mitad de una de las notas más largas del libro, la nota a los versos 47 y 48 del Primer Canto, nota que abarca diez páginas de zigzagueantes especulaciones y conjeturas, exclama: “Pero basta. Volvámonos hacia las ventanas del poeta. No tengo ningún deseo de retorcer y maltratar un apparatus criticus sin ambigüedad para convertirlo en el monstruoso simulacro de una novela”. Pero eso es, precisamente, lo que acaba de hacer y seguirá haciendo en la misma nota y en todas las demás. Y es eso precisamente lo que no puede dejar de hacernos reír: aducir que no se quiere hacer lo que se hace y creer que no se ha hecho lo que se hizo, considerándose a salvo de lo que se condena y al mismo tiempo se comete, si no es desconcertante, ¿qué es? Y es de este tipo de desconciertos que surge la risa en Pálido fuego, señoras y señores. No me pidan más pruebas. Hasta aquí llego yo. Se levanta la sesión.