Charles kinbote: un exorcismo de autor. Las sátiras académicas de Vladimir Nabokov (9). Pálido Fuego (1962)

 


 

 

Por Rafael Castillo Zapata.

Y a estas alturas ya resulta evidente que Pálido fuego es una vuelta de tuerca más -la más exquisita, nunca superada- en la secuencia de sátiras académicas con las que Nabokov exorciza su propia vida de profesor, su propia vida de erudito, traductor, escoliasta, tan pedante y presuntuoso como su personaje, que es un valiente y sumamente inteligente retrato de sí mismo. Tan obsesivo y melindroso como Kinbote con los Cantos de Shade -aunque no tan descaradamente entrometido y perturbador, pero sí tan amenazador contra la integridad de su objeto-, fue el propio Nabokov con su aparatoso y desorbitadamente enjundioso comentario del Eugenio Oneguin de Pushkin.

Durante diez largos años, Nabokov no sólo tradujo, en una tozuda versión literal, ayuna de música y de gracia, la gran novela en verso de Aleksandr Pushkin, sino que añadió a la prosa escandida de esas estrofas rigurosas una enredadera monstruosa de comentarios, una hiedra capaz de asfixiar el poema si se lo lee siguiendo el descabellado collar de notas ensartadas que casi lo estrangula. Tan desconcertante es el autor como el personaje.

No se puede negar, me parece, que Nabokov inventó a Kinbote para hacer catarsis de sus propios excesos de lector obsesivo, pedante, ofuscado, más pendiente de su propia gloria de investigador exquisito y de pionero en encontrar la traducción pretenciosamente más exacta del ruso original del Oneguin a un inglés que, por no traicionar en nada el contenido del poema -ambición vana, cómica en su desatino-, resultó demasiado seco, sin música, sin la gracia de la cadencia y sin la rapsodia métrica de la rima. El Oneguin anotado de Nabokov tiene su espejo deformado, hiperbólico, casi ridículo en su aspiración de precisión y minuciosa experticia, en los Cantos de John Shade comentados por ese Charles Kinbote que remata, con vertiginoso gesto especulativo, la saga de sátiras académicas en las que el autor de Lolita se ríe de sí mismo haciéndonos reír a costa de sus dobles ficticios.

No obstante, todas estas comparaciones no se sostienen sino hasta cierto punto. Pues a pesar de que la traducción del Eugenio Oneguin ocupa un volumen de 300 páginas y los comentarios de Nabokov ocupan casi 1000, sus despropósitos no son de la misma naturaleza ni de la misma magnitud y proporción que los que comete su doble especular en la novela. En primer lugar, en la traducción y en el comentario del libro de Pushkin no hay ninguna intención cómica, y nada está más lejos de ser, para Nabokov, una broma. Si, de todas maneras, nos produce risa, es por su exagerada grandilocuencia y su aparatosa presunción de comentarista, autor de una versión llena de relevantes hallazgos, pero también de muchas nimiedades y melindres. En cambio, Pálido fuego, siendo un drama, con sus planteamientos metafísicos acerca de la muerte y el más allá, aliñado con espectros y metempsicosis, cavilaciones sobre el amor, la vejez y la creación poética -los Cantos de Shade son absolutamente serios-, es al mismo tiempo, por el comentario y su comentarista, una suntuosa comedia en la que todo es parodia y desparpajo, mundo al revés, farsa y estulticia.