Charles Kinbote: la crítica como fanfarronada egotista. Las sátiras académicas de vladimir nabokov (7). Pálido fuego (1962)
Por Rafael Castillo Zapata.
Lo cómico es el comentario; lo cómico, en Pálido fuego, es el comentador, no lo comentado, que es muy serio; ni el poeta, que es un anciano severo, de vuelta ya de muchas cosas al cabo de tantos años de vida académica y conyugal, gran discutidor alerta, con la mente despierta, delicioso interlocutor de un loco acosador. En Pálido fuego el desconcertante es Kinbote, lo repito. Shade, en cambio, es un amor; un poeta venerable del que nadie tendría el valor para burlarse: un Samuel Johnson sentencioso importunado por un fanático Boswell, patéticamente genial. No en balde Nabokov ha colocado a la entrada de su libro un epígrafe de la Vida. Si este es un libro hilarante a despecho de su autor -Boswell testimoniando a Johnson con ridícula devoción-, el de Nabokov mueve a risa porque así lo ha querido él -Boswell, en cambio, no sabía, en su cómica ingenuidad, que escribía un libro cómico; lo que, como lectores, nos provoca más risa todavía, pues el que ignora que es risible con más razón mueve a risa y ya nada lo puede redimir de su inadvertida comicidad-. Parodiando a Boswell como Kinbote y a Johnson como Shade, según mi parecer, Nabokov hace un hermoso homenaje a uno de los libros más saludables de la literatura moderna -por la risa franca que provoca y por la tierna y fácil complicidad que suscita-, y, al mismo tiempo, exhibe, abiertamente y desde el principio, la deuda que su libro mantiene con él.
Lo cómico es el comentario, no su objeto, lo vuelvo a repetir para retomar el hilo. Pálido fuego es la desconcertante y proliferante anotación crítica -si la crítica puede ser concebida como una empresa arbitraria, una ciencia sin pies ni cabeza, una disciplina errática- de uno de los poemas más hermosos que se han escrito en inglés (y lo escribió un ruso, paradoja que tiene su encanto y le brinda a Nabokov su aureola de genio, autor afortunado, tocado por la gracia de Dios): los cuatro Cantos de Shade, que hacen de Nabokov un importante poeta de habla inglesa del siglo XX, están a la altura de La tierra baldía o de Los cuatro cuartetos de Eliot. Lo mejor de la tradición de la elocuencia lírica inglesa que arranca en Wordsworth y en Coleridge, se resume con refinada destreza en él. Por eso sorprende tanto que su comentario sea de una extravagancia tan extrema, que le haya tocado en suerte, a semejante poema, un lector tan estrafalario, tan arbitrario, egocéntrico, taimado y hostil, una especie de Sainte-Beuve descabellado, importado de una de sus más alocadas causeries.