Pintar de oídas, pintar a ciegas
Por Rafael Castillo Zapata.
Nunca nadie vio un cuadro de Apeles, el mítico pintor griego, sino gracias a las descripciones de los estudiosos antiguos que recuperaron anécdotas remotas y las fueron repitiendo, citándose entre ellos, parafraseando, muchas veces tergiversando y deformando lo que leían en textos a menudo mutilados, incompletos. De este modo, la tabla que Sandro Botticelli pinta hacia 1495, titulada La calumnia de Apeles, sólo pudo haber sido compuesta porque nuestro pintor leyó, sin duda, en De la pintura, de León Battista Alberti, contemporáneo suyo, el elogio que el famoso arquitecto y teórico renacentista hace de aquel cuadro de Apeles, que evoca gracias a una descripción anterior a la suya, que había leído en Luciano de Samósata. Sin nada a la vista que no fuera el texto impreso de Alberti, el ya maduro Botticelli pintó, pues, por puro gusto, una minuciosa escena alegórica donde la Envidia y la Calumnia forcejean con la Ignorancia y la Sospecha en medio de la desesperación de la Verdad y la Inocencia para que se realice la Justicia, que hoy puede verse en los Uffizi de Florencia, reproduciendo, de este modo, el cuadro del propio Apeles que nunca pudo ver. Su cuadro es, pues, en principio, pintura a ciegas, pintura de oídas: pintura de un relato sobre una pintura; pintura, dicho de otro modo, hecha a partir de una serie de écfrasis superpuestas. En su despliegue de figuras, el cuadro es una sucesión de escenas encadenadas que se lee de izquierda a derecha y de derecha a izquierda para componer una historia, la historia de la calumnia que Antífilo, un pintor rival, levanta en contra de Apeles, que se venga y se reivindica pintando el cuadro que Botticelli restituye. Pintura y relato, poesía y figuración se entremezclan en una vertiginosa dinámica de flujos y reflujos. Pintura de un relato sobre una pintura. Pintura donde se relata una pintura contada que es la pintura de un relato. Con este ejercicio de evocación verbal de una pintura invisible, por así decirlo, Botticelli nos pone por delante, una vez más, la desafiante divisa horaciana que nos invita a pensar en la conflictiva relación que mantienen, en nuestra cultura, la poesía y la pintura, las artes temporales y las espaciales, las que se atienen a la palabra y las que dependen de la visión. Ut pictura poesis dejó dicho el poeta para que rumiáramos la complejidad de su sentencia. Volveremos sobre ella.