Nerval: una borrachera de sueños

 


 

 

Por Rafael Castillo Zapata.

Para Proust, la locura de Nerval era una locura mansa, una locura tranquila producto, simplemente, de un exceso de imaginación: la locura como una especie de borrachera producida por una excesiva inmersión e ingestión en sueños y de sueños, tanto en el sueño propiamente dicho como en la vigilia. En contraste con los despiertos, con los avisados, con los ocupados, el poeta es un loco porque sueña demasiado, porque sueña todo el tiempo, dormido y despierto, y llega un momento, ensoñación interminable, que ya no reconoce limites entre el mundo de los que vigilan y el mundo de los dormidos, incluso despiertos, y todo es un solo fluido de relámpagos y cortocircuitos paradisíacos o infernales según la atmósfera, según el ánimo. Una cualidad de la sensibilidad, podría decirse. La locura como una manifestación del sentimiento, del carácter, del genio; como una manera de ser, en fin, constitutiva, que no afecta sólo a la mente sino al cuerpo todo, a la entera máquina nerviosa y sensitiva de ciertos hombres y mujeres embriagados de su propia, proliferante, capacidad de viajar sin moverse del sitio donde se encuentran, presas de oleadas de imágenes y analogías entre su carne y su espíritu y el cosmos; seres receptivos, cautivos de una hiperestesia siempre creadora, poética en el más amplio de los sentidos, más allá de las palabras, en las cosas, en la vida toda con todas sus propiedades físicas y metafísicas, trascendentes e inmanentes. En Nerval, dice Proust muy bellamente, la locura, al menos cuando todavía no se manifiesta en forma de crisis, es “una suerte de subjetivismo excesivo, más profundo, por decirlo así, más ligado a un sueño, a un recuerdo, a la cualidad personal de la sensación, que a lo que esa sensación tiene en común para todos”. Y es esa extrañeza de la sensibilidad, este extremismo de lo subjetivo propio lo que, según Proust en las páginas de Contre Sainte-Beuve, conduce, cuando se transforma propiamente en locura, al menos en el caso de Nerval (y creo yo que en otros poetas como él, tocados por la misma suerte), a la experiencia estética, considerada, entonces, como un “desarrollo de su originalidad literaria”, encarnada en el lujo sobrecogedor de sus poemas: “Yo soy el Tenebroso, el Viudo, el Inconsolable, / el Príncipe de Aquitania en su Torre abolida: / Mi única Estrella ha muerto, y mi constelado laúd / porta el Sol negro de la Melancolía”.