La ruta de Zola ¡Cézanne, fijate en Rembrandt!

 


 

 

Por Rafael Castillo Zapata.

En las cartas que Émile Zola le escribe a Cézanne desde París, entre 1859 y 1862, descubrimos varias cosas que entusiasman. La primera, es el poder éticamente integrador de una amistad generosa, a toda prueba. La segunda, es la precoz inteligencia y el buen sentido de un jovencísimo Zola. La tercera es que, a la distancia, viendo cuadros y leyendo mucho, Zola se convierte en un exquisito maestro de pintura de su amigo, retirado en Aix, al ponerle por delante una serie de desafíos poéticos y existenciales (de vida y de creación) que nos obligan a fijar la atención en el hecho maravilloso de que, también por esta ruta, la ruta de Zola, la confluencia entre literatura y pintura tiene otra buena ocasión de manifestarse de manera ejemplar en la vida de nuestro pintor.

En otra oportunidad, como seguramente recuerdan, consideramos a Honoré de Balzac como mediador del saber pictórico de Cézanne, pues su búsqueda de la verdad en pintura estuvo ligada, afirmábamos entonces, a la existencia fabulosa de Frenhofer, el personaje central de uno de los relatos más famosos del famoso narrador: La obra maestra desconocida.

Ahora, nos toca, felizmente, incluir a Zola en este juego: sus cartas a Cézanne son también una escuela de pintura para el joven artista de Aix. Como Balzac, pues, Zola es también un mediador del saber pictórico de Cézanne. Y es algo más, es un catalizador, un inductor de reacciones en su amigo y, en este sentido, es responsable de que Cézanne se deje abocar por la voz interior que lo convoca (que en eso consiste, como sabemos, la vocación) para entregarse, contra viento y marea, al cultivo de su innato talento. Frente a las dudas del indeciso pintor, el 16 de abril de 1860, un lúcido Zola recrimina a su amigo del siguiente modo: “Me parece que te equivocas acerca de ti mismo. Y eso que ya te lo he dicho más de una vez: en el artista hay dos hombres: el poeta y el obrero. Se nace poeta, se llega a ser obrero. Y tú que tienes la chispa, que posees lo que no se adquiere, tú te quejas; cuando, para triunfar, no tienes más que ejercitar tus dedos, convertirte en un obrero”. Y entonces le muestra un modelo de pintor talentoso y dedicado, al que su paisano melindroso podría muy bien imitar: “Fíjate en Rembrandt”, le dice. Y le alaba la maestría de quien, gracias a un minucioso trabajo con la luz, logra que todos sus personajes, hasta los más feos, -le dice- resulten poéticos. Por esta ruta, pues, también aprende Cézanne, siempre rodeado de escritores que lo orientan en pintura. Como lo supo orientar muy pronto este joven Zola, maestro afectuoso, cuya lección es, por encima de todo, una lección de amistad.