Artaud o la razón traspasada
Por Rafael Castillo Zapata.
“Hay para mí una evidencia en el campo de la carne pura, que no tiene nada que ver con la evidencia de la razón. El conflicto eterno de la razón y el corazón se desempata en mi propia carne, pero en mi carne irrigada de nervios”, dice Antonin Artaud en su vertiginoso Manifiesto en lenguaje claro de 1925. “En el campo imponderable afectivo, la imagen acarreada por mis nervios toma la forma de la intelectualidad más alta, a la que me niego a arrancarle su carácter de intelectualidad.
Y es de este modo que asisto a la formación de un concepto que lleva en sí la fulguración misma de las cosas, que me llega como un ruido de creación”. “Mi mente, cansada de la razón discursiva, quiere que la arrebaten los mecanismos de una nueva, una absoluta gravitación”.
Toda una red de sentidos irradiantes se enreda en esa zona que abre Artaud: el campo de los nervios, el campo de la carne, el campo de la afectividad, allí donde tiene lugar esa imaginación nerviosa, esa “intelectualidad más alta”, situada por encima de la razón discursiva.
Esta reticencia acerca de la razón discursiva es, sin duda, un motivo recurrente del imaginario moderno ligado a la dinámica mental y sensual de la poesía. Como tantos otros poetas y pensadores imantados por la fiebre de esa razón otra, Artaud defiende la existencia de un pensamiento que no pasa por la mente, sino por ese a flor de piel de los nervios que comunica algo de manera inmediata, arrebatada, fulgurante, sin mediación simbólica, por la compulsión de la pura visceralidad de las sensaciones, propia de un yo disperso que se experimenta como una multiplicidad, como una multitud de pulsiones e impulsiones en la vastedad hiperestésica de un cuerpo desorganizado, de un cuerpo desbaratado, disperso, sin órganos.
George Bataille, otro pensador alucinado, hablaba de esa “multitud insatisfecha, que soy yo”, una multitud que “es generosa, es violenta, es ciega. Es una risa, un sollozo, un silencio que no contiene nada, que espera y no conserva nada”. Así, para Artaud, en “el bullicio inmediato de la mente hay una inserción multiforme y brillante de bestias”, una suerte de “polvareda insensible y pensante” que “se ordena según leyes que saca de su propio interior, al margen de la razón clara y de la conciencia o razón traspasada”.
La poesía, pues, como experiencia de una razón trascendida, de una razón otra, más allá de la otra razón. Paradoja de una razón loca o de una loca razón que nos dará qué hablar en las próximas entregas de esta serie.