La pintura se dice. La promesa de Cézanne
Por Rafael Castillo Zapata.
“Sus cartas -le decía Cézanne a Bernard- me son gratas por un doble concepto. En primer lugar, por un motivo puramente egoísta, pues su llegada me saca de esta monotonía engendrada por la búsqueda incesante de la sola y única meta […]; y, en segundo lugar, porque me permiten insistirle, sin duda en exceso, acerca de la obstinación que pongo en conseguir la realización de esa parte de la naturaleza que, desplegada ante nuestros ojos, nos da el cuadro. […] Yo le debo a Ud. la verdad en pintura, y se la diré”. Volvemos, en la presente entrega, a la famosa carta del 25 de octubre de 1905 que evocamos cuando poníamos en escena la confrontación de Rilke con Bernard a propósito de las virtudes del pintor ignorante. Cerrábamos esa evocación viendo cómo el propio Cézanne desautorizaba a Rilke, prometiéndole decirle a Bernard la verdad en pintura. Hoy queremos ahondar en la singularidad histórica y teórica de esta promesa.
Que la pintura se diga es algo que Horacio presintió cuando formuló aquella sentencia que luego se transformó en lema de toda una teoría sobre la correspondencia entre las artes: ut pictura poesis, un lema que ha hecho correr mucha tinta desde que el poeta romano lo insinuó en su Epistula ad Pisones en el siglo I a. C. Desde entonces, el dialogo entre poesía y pintura, entre poetas y pintores, no ha hecho más que crecer y hacerse cada vez más complejo, con altibajos variables, pero siempre vivo, activo, desafiante. Leonardo da Vinci, para nombrar a uno de los que con mayor empeño quiso dilucidar esa correspondencia, jugó con un retruécano que todavía puede servirnos hoy para pensar la pintura, para decirla y decidirla de nuevo. Dijo Leonardo que si la poesía era una pintura ciega, la pintura sería, entonces, una poesía muda. Esta expresión refleja -la recuperación renacentista de la sentencia horaciana convertida casi en dato inconsciente de la memoria de la pintura- no dejamos de encontrarla, con sus diversas versiones y reversiones, a lo largo del tiempo y no pudo ser desplazada por la erudita acometida de Lessing en su categórica distinción entre las artes espaciales y las temporales, entre las visuales y las verbales a mediados del siglo XVIII. Pero, más allá de este deslinde enfático, los pintores siempre encontraron en la poesía modelos para entender la configuración de sus visiones y los poetas obtuvieron de la pintura modelos de composición y fuerza plástica. De este modo, Horacio sigue teniendo razón. “Veo en los pintores a prosistas y poetas”, escribió Delacroix en su Diario. La belleza de los versos, añade, reside en “mil armonías y conveniencias recónditas que dan la fuerza poética y apelan a la imaginación, lo mismo que la feliz elección de las formas y su relación bien entendida actúan en la imaginación en el arte de la pintura”.