El bello y sublime señor Kant
Por Rafael Castillo Zapata.
De pronto, leyendo un sabroso y hasta candoroso, yo diría, texto de juventud de Immanuel Kant, sus Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime, siento, con asombro, que la mecánica del pensamiento dicotómico que el joven filósofo despliega con una confianza sin fisuras, como quien conversa en una distendida sobremesa a la hora de los licores y el tabaco, puede ser y resulta ser una trampa: nos brinda la sensación de que es posible repartir muy bien las complejidades de la experiencia, natural y humana, fantástica y divina, para construir cartografías perfectas donde cada sentimiento y cada sensación tienen su sitio y actúan de manera característica e idéntica, por un lado esto, por este lado lo otro, si ocurre esto así estamos frente a esto y si ocurre asá estamos frente a esto otro; y, de este modo, todo encuentra correspondencia y no hay conflicto y qué divertido es encontrar que a lo blanco se le opone lo negro, descubrir que la noche es sublime y que el día es bello, que la piel oscura y las razas bronceadas responden al sentimiento de lo sublime y que, como simétrica y perfecta contrapartida irrefutable, un rostro de piel blanca y unos ojos azules responden, por supuesto, al sentimiento de lo bello; lo sublime es (o puede ser) terrorífico, lo bello es agradable “pero alegre y sonriente”; y de esta gran organización binaria se generan, cómo no, divisiones y subdivisiones subalternas que crean una retícula muy bien repartida de variantes: tenemos lo sublime terrorífico, lo sublime noble, lo sublime magnífico, y así por el estilo. Bajo el influjo de este fascinante mecanismo, el joven Kant se desliza como pez en el agua de un ejemplo a otro, categorizando como quien escoge y distingue y separa las cuentas de colores y formas distintas contenidas en un cuenco: “Lo sublime conmueve, lo bello encanta”. “Lo sublime debe ser siempre grande, lo bello también puede ser pequeño. Lo sublime debe ser sencillo, lo bello puede estar adornado y ornamentado”. “El entendimiento es sublime, el ingenio es bello; la audacia es grande y sublime, la astucia es pequeña, pero bella”. “Las cualidades sublimes inspiran respeto; las bellas inspiran amor”. Y así, cláusula tras cláusula. Todo muy bello y sublime a la vez.