Baudelaire inventa a Poe
Por Rafael Castillo Zapata.
Más conocido tal vez por el escándalo que provocaron los poemas de su libro Las flores del mal, publicado en 1856, perseguido por la justicia y condenado, en 1857, por atentado contra la moral pública, Charles Baudelaire fue, también, el poeta que descubrió a Edgar Allan Poe a los franceses.
Fascinado desde muy temprano por la obra del poeta norteamericano, comenzó, ya desde 1848, a traducirlo: las Historias extraordinarias de Poe trasladadas al francés por Baudelaire se hicieron famosas entre los lectores más cultos de la Francia de la segunda mitad del siglo XIX.
Grandes poetas como Gautier o Mallarmé quedaron fascinados por el magnetismo de los argumentos fantásticos de sus cuentos. Mallarmé le dedicó un bellísimo epitafio. Y el propio Baudelaire, después de la muerte de Poe en 1849, siguió traduciéndolo y escribiendo notas críticas y semblanzas biográficas que contribuyeron a convertir a Poe en el portentoso paradigma del poeta alucinado, explorador de las zonas más oscuras y misteriosas de la psique.
Se puede decir, entonces, que, en cierta medida, Baudelaire inventa a Poe (al menos en Francia): construye un Poe a la medida de los apetitos de los jóvenes creadores que se habían formado a la sombra de Víctor Hugo y que, ya maduros, emprendían la tarea de transformar la poesía romántica heredada aproximándola a escenarios formales y temáticos más exigentes, eruditos y refinados.
Pero no fueron los universos maravillosos de sus relatos los que más influyeron a los poetas simbolistas y parnasianos del último tercio de ese siglo XIX convulso y melancólico; fue su ambiciosa y, en cierto modo, aparatosa explicación del modo como, según el propio Poe, había compuesto su poema quizás más conocido, “El cuervo”. En esta explicación, llena de artimañas especulativas, Poe puso en el horizonte de la literatura moderna en Francia la posibilidad de construir un poema, no desde la inspiración y la posesión de ciertas fuerzas irracionales, sino desde el trabajo racional de método y de cálculo verbal que acercaron el arte poético a la rigurosidad de la matemática y la geometría.
La autosuficiencia técnica del poema como arquitectura pura, controlada totalmente por la mente de su autor, fue otra de las tantas ideas fantásticas, grandilocuentes, que el gran hechicero de Virginia les legó a los franceses gracias a la propaganda apasionada que su mayor y más fiel secuaz, el inefable Charles Baudelaire, le prodigó.