Y Balzac creó a Cezanne
Por Rafael Castillo Zapata.
Tres jóvenes pintores contemplan la tela misteriosa que el gran Frenhofer dejó inconclusa en un rincón de su taller. Frenhofer enloquece y, antes de morir, quema sus cuadros, pero ha dejado a la posteridad uno que, para siempre, será un enigma y, como tal, despertará la curiosidad y el hambre hermenéutica de pintores y teóricos de la pintura, desde aquellos días de mil ochocientos treinta y tantos cuando Honoré de Balzac echó a andar por el mundo a los personajes de su emblemático relato La obra maestra desconocida.
La obra maestra desconocida es, por supuesto, esa tela inacabada en la que Frenhofer intentó alcanzar el absoluto de la pintura sin lograrlo, lo que supuso para él el fin de su carrera y de su vida, pues la una no se entendía sin la otra, como ocurre en los auténticos creadores.
Modelo de creador auténtico, de pintor obsesionado por alcanzar la perfección y que, buscándola, se destruye a sí mismo y termina perdiéndose en las tinieblas de la locura o en el silencio de la muerte, Frenhofer perseguirá como un espectro a una buena cantidad de pintores modernos que encontraron, en el poderoso personaje inventado por Balzac, un ejemplo y una advertencia.
Entre los muchos pintores que se identificaron con la pasión de Frenhofer y temieron concluir ellos mismos como concluyó el fantástico maestro de la fábula, resalta, sin duda, con la intensidad que le brinda su colérica vehemencia, Cézanne, el gran Cézanne, empeñado hasta su muerte en encontrar la verdad en pintura de la pintura pintura, su absoluto.
Cuenta Emile Bernard, uno de esos jóvenes que se fascinaron con la figura del obsesivo escudriñador de la montaña Saint-Victoire y lo siguieron para escucharlo pronunciar sus legendarias parábolas sobre el arte y se cartearon con él para no perder nada de su intempestiva sabiduría de pintor y de filósofo, que una vez, conversando con Cézanne le habló a éste de Frenhofer, y entonces el pintor, con su arrebato característico, se puso de pie, y en silencio, pero enérgicamente, se señaló a sí mismo con el dedo en el centro del pecho, muy emocionado, como queriendo hacerle ver a Bernard que él, Cézanne, era Frenhofer; que Balzac, lo había dibujado, premonitoriamente, en su relato.
¿De dónde sacó el autor de La comedia humana la materia para construir ese personaje fantástico en el que un pintor como Cézanne creyó verse retratado a sí mismo, con todos los elementos patéticos, dramáticos, de su desesperada búsqueda de la perfección?
Mucho queda por decir a propósito del genio de Balzac, inventor de Frenhofer. Frenhofer, soy yo, habría querido decir Cézanne. Y hubiera podido añadir, quién sabe, dirigiéndose a un Bernard estupefacto: a mí, a mí me creó Balzac.