Al dictado de la locura. Poesía y manía
Por Rafael Castillo Zapata.
Desde el origen de nuestra cultura la poesía ha estado asociada a la manía, es decir, ha estado siempre muy cercana a los manes y desmanes de la demencia. Poesía y posesión demoníaca, poesía y locura: el poeta se encuentra, en el lenguaje y en la vida, a merced de fuerzas que él parece inclinado a tentar y que lo superan, poniendo en riesgo, con ello, su propia integridad física y espiritual. Patetismo y patología se han confundido, así, en la escena dominada por la musa que Platón calificó de voluptuosa: cortocircuitos mentales que conducen a laberintos insalvables de alienación, abandono y desvarío. Holderlin, Nerval, Poe, Blake, Artaud, para solo nombrar algunos entre los modernos, son ejemplos de esa inquietante vecindad entre la razón y las fantasmagorías del delirio. Frente al torbellino prodigioso de sus imágenes, atravesadas por una terrible lucidez y una intensidad sensual apabullante, el lector se encuentra desprovisto de toda brújula: va a la deriva sobre sus páginas, alucinado él mismo y alucinando, atravesando paisajes y pasajes ominosos, donde la lujuria de la palabra se hermana con el magma viscoso de las bajas pasiones evocadas, los contactos tenebrosos, las hechicerías diabólicas, los espasmos de una lucidez hiperestésica, hipertrofiada. No es fácil, pues, leer a estos autores demenciales. Corremos siempre el peligro de ser arrastrados por la corriente de su lava y quedar petrificados, de repente, como pompeyanos desprevenidos tomados por sorpresa. Hay que abordarlos, por so, con cuidado, como protegiéndonos, cautelosos, de sus efluvios sulfurosos, tumultuosos; hirvientes, hirientes. Comenzamos, así, queridos radioescuchas, una pequeña serie de incursiones en la vida y en la obra de algunos de estos poetas tocados por la inclemencia de la demencia, y que, alienados, escribieron, sonámbulos, al dictado de la locura.
Pero primero pondremos bajo sospecha esta misma sentencia: ¿es posible escribir poesía desde la locura?, ¿es la locura un catalizador poético confiable?, ¿es, a la inversa, la pasión poética la que provoca reacciones anímicas que conducen a la locura y el poeta enloquecido es, entonces, un poeta que escribió poemas pero que ya no podrá escribirlos más? Abordaremos estas preguntas en nuestras próximas entregas comenzando con el emblemático caso de Friedrich Holderlin, el poeta alemán que se lamentó de la penuria de los tiempos modernos en un mundo del que los dioses habían huido para siempre y que, un buen día, atravesado por el rayo de esos mismos dioses idos, al perder la razón, perdió con ella también la poesía.