ANDRÉ BRETON: EL CARTESIANO Y SU MÉDIUM. (LA SERIE DE NADJA) 2 (CON UN GUIÑO A WALTER BENJAMIN)

 


 

 

Por Rafael Castillo Zapata.

Breton comienza Nadja preguntándose quién es él. Después de alabar a aquellos que en sus obras han expuesto su propia vida sin enmascararla con trucos de estuco novelesco y de postular su ideal de un libro hecho de cristal y de puertas batientes, donde nada esté oculto o encubierto, ajeno a la parafernalia introspectiva del relato psicológico, Breton vuelve a plantearse la necesidad de averiguar quién es: “Insisto en reclamar los nombres, en interesarme únicamente por los libros que se dejan abiertos como puertas batientes y que no necesitan claves para ser entendidos. Afortunadamente, los días de esta literatura psicológica con fabulaciones novelescas están contados. […]. Por lo que a mí se refiere, he de continuar viviendo en mi morada de cristal, en la que en cualquier momento uno puede ver quién viene a visitarme, […] donde quién soy me será revelado más pronto que tarde grabado al diamante”. Como dirá poco después, al margen del relato que va a comenzar, su única intención es la de “contar los episodios más determinantes de mi vida tal y como puedo concebirla al margen de su estructura orgánica”. Esta insistencia en indagar acerca de la propia identidad, que encontramos en muchos otros textos de Breton y de otros autores del primer surrealismo, pone en evidencia la crisis de la subjetividad que forma parte del cúmulo de traumas que la Gran Guerra ha provocado en los jóvenes artistas de la época.

La persistente inclinación de la prosa surrealista hacia lo autobiográfico es compartida sin duda por uno de sus más inquietantes y lúcidos estudiosos. La fascinación de Walter Benjamin por el surrealismo pasa, sin duda y en buena medida, por el reconocimiento de una coincidencia entre su propia necesidad de autoafirmación psicológica y la pulsión de representación de sí mismos que embarga a los poetas más resaltantes del movimiento. En este sentido, Calle de dirección única es un libro que cumple con el ideal de transparencia postulado por Breton: un libro de puertas batientes, un libro con paredes de cristal. Un libro, en fin, que anuncia su gran ensayo de 1929, en el cual describe y define al surrealismo como la “última instantánea” -es decir, el más reciente relámpago de lucidez ética y estética- de “la intelectualidad europea”.