Alejandro Castro. Un giro parasitario



 

 

Por Rafael Castillo Zapata.

Con su tercer libro, Parasitarias, publicado en 2019, Alejandro Castro da un giro casi vertiginoso en el devenir de su poesía. Se trata de un libro que, en cierta medida, les da la espalda a sus dos libros anteriores, No es por vicio ni por fornicio. Uranismo y otras parafilias, de 2011, y El lejano oeste, de 2013, y los deja atrás como se deja atrás, no sin dolor, un viejo amor que ya no le conviene ni a nuestra gana ni a nuestro apetito.

Y, sin embargo, no creo que haya nada de calculado en este giro: la lengua poética también actúa más allá del poder de control de quien la utiliza o, mejor, de quien se deja utilizar por ella. Castro no dio un giro; no dio un giro el poeta: el hombre voluntario, voluntarioso; fue la poesía la que lo puso a girar; la que le dio un vuelco y lo sorprendió en el camino con una nueva -tal vez sospechada, tal vez intuida o deseada- dificultad que lo desvió de su ruta, que lo desorientó y lo obligó a recorrer de otro modo un territorio que estaba, a partir de entonces, condenado a atravesar con nuevos instrumentos expresivos y nuevas estrategias de escritura.

Si Castro hubiera seguido la senda que seguía, la senda de ese sabroso tono conversacional, lleno de paradojas y de sobreentendidos, de guiños ingeniosos, de ironía empática y a la vez desconcertante, cruelmente crítica, que caracteriza su obra ya instalada en nuestra memoria cultural, tal vez hubiera escrito, en vez de como escribió, a la sombra de un bolero; pero no.

Aquí cabe quizás la palabra panteísmo -todo es Dios-, cuya presencia en este texto está determinada por la necesidad de incluir en él un recuerdo.Sagaz, perspicaz, zarandeado por la inteligencia de la poesía y por su sensibilidad, Castro no se dejó llevar por esa tentación, tan fácil de obedecer, y escribió de su despecho como un poeta hermético, un poeta barroco que le debe más a Góngora que a Agustín Lara, más a Lezama Lima que a César Portillo de la Luz. Así pues, en su trabajo de duelo, en su labrar su desconsuelo, Castro fue empujado, por una extraña ley y por su propio proceder, a escribir con otra voz; una voz laberíntica, misteriosa, alegórica, secreta. Se encaminó hacia un nuevo escenario para hablar de lo que nunca ha dejado de hablar desde su primera entrega: del amor y sus atolondrados, recurrentes, inclementes recovecos.

Sí, este es un largo poema de amor -y de los buenos-, sin sentimentalismos ni melindres de melodrama: un poema de amor de palabras amoladas, de imágenes desgarradas, de jirones de carne rota y sangre y rabia y melancolía, y, por todo eso, de una extraña y contundente sabiduría erótica, desencantada y radical.