El árbol totémico de los objetos
Por Rafael Castillo Zapata.
En un texto de 1925, titulado enigmáticamente “Onirokitsch. Glosa sobre el surrealismo”, Benjamin incorpora la potencia surrealista del sueño a una visión crítica del fetichismo de la mercancía en la sociedad capitalista. Ya no es posible soñar en la flor azul de los románticos, dice Benjamin. El sueño del retorno a una sociedad emancipada donde las cosas recuperen su valor de uso y su arcaico significado cultual, no pasa ahora por ninguna lejanía ideal: está al alcance de cualquiera que decida, como hacen los surrealistas, prestar atención a las cosas inútiles, a las cosas absurdas que contrarían y desmienten el imperativo de eficiencia y rentabilidad propio de la producción burguesa. De ahí la potencia del kitsch. El kitsch, como experiencia, sería la manifestación de la caducidad de un mundo fundado en la perpetua adoración de la novedad y de la perfección tecnológica. El objeto kitsch es la mercancía degradada cuyo carácter práctico ha sido desplazado por la banalidad de una existencia fraudulenta de las cosas; es decir, por su ausencia de competitividad en el mercado. Entender esto sería reconocer la potencia histórica del sueño de emancipación que se esconde en la persistencia de estas cosas que sobreviven como pruebas totémicas de una utópica liberación del orden capitalista.
Los surrealistas, afirma Benjamin, “están menos sobre la huella del alma que sobre la de las cosas. En el matorral de la prehistoria buscan el árbol totémico de los objetos”. Y añade: “La suprema mueca de este árbol totémico, la última de todas, es el kitsch. Éste es la última máscara de la banalidad con que nos recubrimos en el sueño […] para absorber la energía del extinguido mundo de las cosas”. La fascinación de Breton por las ventas al aire libre, decidido a cazar objetos incongruentes, sin aparente utilidad, sin rentabilidad reconocible, ajenos a los imperativos pragmáticos del mercado tal como ocurre en sus vagabundeos parisinos, testimoniados en las páginas de Nadja; Aragon siguiendo la huella de las cosas pasadas de moda que reposan como reliquias en el interior de los passages, son ejemplos de este interés de los surrealistas por considerar las cosas fracasadas, caducadas, fraudulentas, como depósitos de energía revolucionaria, en la medida en que nos hacen tomar conciencia de la precariedad del sistema de producción capitalista. En el kitsch, concluye Benjamin, el mundo de las cosas vuelve a acercarse al hombre de una manera más inmediata, menos hostil.