Para una historia revolucionaria de los sueños
Por Rafael Castillo Zapata.
Gracias a la revisión de un importante grupo de cartas escritas por Walter Benjamin durante el proceso de organización del llamado Proyecto de los pasajes, cartas dirigidas, principalmente, a dos de sus más fieles corresponsales, Theodor Adorno y Georg Scholem, su amigo de juventud, y gracias, además, a los testimonios biográficos de este último a propósito del filósofo en Historia de una amistad, podemos hacernos una idea bastante aproximada de la atmósfera intelectual y afectiva que rodeó el surgimiento de la idea de escribir un libro sobre la prehistoria de la modernidad, tomando como escenario global la ciudad de París y como centro focal los pasajes parisinos en el momento en que éstos comienzan a desparecer bajo el empuje de la reforma urbana de la ciudad emprendida por su Prefecto, el Barón de Haussmann, durante la década de los años sesenta del siglo XIX.
Desde un principio, Benjamin señaló a sus dos interlocutores que la primera chispa de ese proyecto estalló en su imaginación mientras leía El campesino de París, de Louis Aragon. El proyecto nace, pues, ligado a uno de los libros capitales del surrealismo, y sellará un pacto ritual con el movimiento a través del subtítulo que le sirvió de pedestal: un cuento de hadas dialéctico. En esta conjunción entre la persecución de lo maravilloso y la exploración sistemática del soñar y de los sueños y la perspectiva materialista de la historia, se define todo un programa filosófico y político en el que no deja de surtir efectos el trasfondo metafísico y teológico del pensamiento del Benjamin anterior a 1925.
Como tendremos oportunidad de ver más adelante, no fue este el primer intento de nuestro autor por utilizar los materiales filosóficos y literarios surgidos de la reciente fábrica surrealista, incluyendo, por supuesto, los materiales condensados en su primer producto teóricamente contundente, el Manifiesto surrealista, firmado por Breton y publicado en 1924. La influencia de este texto es indudable en las derivas de las artes contemporáneas. En él, Breton postula el poder psicológico y político de los sueños, considerados como instrumento liberador del hombre moderno, sometido a los imperativos del orden de la razón capitalista.