Walter Benjamin - Un cuento de hadas dialéctico
Por Rafael Castillo Zapata.
En una carta fechada en 1935, Walter Benjamin le cuenta a Theodor Adorno cómo surge en su horizonte intelectual la idea de escribir una prehistoria de la modernidad a partir del estudio crítico de los pasajes parisinos. Allí le confiesa a su interlocutor que el detonador de todo el proyecto fue El campesino de París, cuya lectura, confiesa, emocionaba tanto que era incapaz de leer más de dos o tres páginas seguidas cada noche. Esta experiencia singular debía considerarse como un anuncio de los años que Benjamin permanecería fascinado por el objeto de su más compleja y arriesgada empresa: la acumulación de materiales para la escritura del Libro de los pasajes.
Los primeros apuntes de lo que será este ingente trabajo inconcluso proceden de esa época. Ya entonces, al parecer, había surgido el subtítulo Un cuento de hadas dialéctico que luego abandonaría. Siete años antes, Benjamin le había escrito a Gershom Scholem una carta en la que le apuntaba lo siguiente: “Cuando haya acabado de una u otra forma el trabajo del que en este momento me ocupo con toda clase de precauciones, un ensayo sumamente curioso y arriesgado, Pasajes de París, un cuento de hadas dialéctico, pues nunca he escrito con tanto riesgo de fracasar, se habrá cerrado para mí un horizonte de trabajo, el de Calle de dirección única, en el mismo sentido en que el libro sobre el drama barroco cerró el horizonte de la germanística”. “Los motivos profanos de Calle de dirección única se multiplicarán en él de un modo infernal. Nada más puedo decir aún de este asunto, ni tengo todavía una idea precisa de su extensión”.
Los fragmentos citados de ambas cartas ponen en evidencia, por una parte, el vínculo original con el surrealismo del proyecto del Libro de los pasajes y, por otra parte, señalan la relación estrecha que este mantiene con Calle de dirección única, el libro vanguardista de arriesgada estructura rapsódica que Benjamin estaba a punto de publicar y en el cual, apelando al método del montaje, proponía un nuevo género de lectura histórica y crítica de la cultura alemana, combinando, según sus propias palabras, diversos motivos profanos, entendidos estos en el más amplio y a la vez preciso sentido religioso y hermenéutico en un complejo mosaico de contrastesy reflejos.
Si con este libro el filósofo, como él dice, rebasa los límites de sus estudios filológicos, tal como los llevó a cabo para escribir su libro sobre el Trauerspiels del sigloXVII, publicado en 1925, con el libro de Aragón tiene lugar en él una intensa conmoción espiritual que dará lugar a un giro crucial en su vida y su pensamiento. Este giro no hubiera tenido la fuerza transformadora que tuvo si no se hubiera añadido al desarrollo del proceso la presencia de Asja Lacis, la militante bolchevique que Benjamin había conocido en 1924 en Capri.
La amistad entre ambos es el otro ingrediente fundamental que permite entender las razones del cambio radical de perspectiva que afectará al trabajo del filósofo, al influjo de la utopía surrealista y al influjo de la experiencia de una escritura rapsódica basada en la práctica del montaje, se añade el influjo de una seducción erótica impregnada por el perfume inquietante del materialismo histórico. ¿Qué podía generar en la conciencia de un alegorista melancólico como Benjamin semejante cóctel de corrientes de fuerza, sino esa obra revolucionaria, atípica y atópica que es El libro de los pasajes?