Vida contemplativa y resignación
Por Humberto Ortiz.
Los pensadores, a finales de la antigüedad, admitían que contemplar el orden del mundo, aprender a admirarlo, ofrecía la posibilidad de asumir anímicamente una manera de cumplirse el principio activo natural. La providente armonía que sostiene y administra el universo, a pesar de sus constantes y a veces violentos cambios, era la imagen que el alma personal estaba llamada a seguir.
Séneca hace de la moral un estilo de vida para no sucumbir ante las calamidades o los posibles conflictos. La actividad racional se hizo, con él, una mediación práctica ante las adversidades. La conducta virtuosa que permite la tranquilidad emotiva, la concibe este pensador romano nacido en Córdoba, como una íntima aceptación que permite al humano integrarse al mundo, sentirse parte de él y, desde ahí, llevar con finura y sobriedad todos los dilemas vitales.
Sus tratados intentan ofrecer sosiego al dolor ante la muerte, los castigos o los fracasos, las decepciones y las pérdidas; tratan de consolar, pacificar, aplacar el rencor de la vida. Los estoicos hablaban de buscar el orden racional mediante una directa contemplación a las cosas mundanas, que permitiera al lenguaje expresar su estrecha relación con la naturaleza. Para lograrlo, a Séneca se le hizo de vital importancia comprender las conductas humanas como partícipes directas de ese orden, a pesar de que las pasiones se empeñen en desvirtuar cualquier tranquilidad social. No era suficiente el idealismo trascendental para comprender la existencia, había que revalorar las circunstancias personales, propias y ajenas, inscritas en una temporalidad encaminada inexorablemente a la muerte, como la sustancia misma de la vida.
Es en el tiempo donde se evidencia la moral y “la muerte en sí misma no es nada”.
En sus tragedias, el escritor resalta la sinrazón de los actos humanos y las connotaciones que tienen en la mente divina, que lo mueve todo. Las decisiones humanas, emotivas o racionales, se enfrentan siempre al determinismo mítico; en ese choque, el destino dibuja la vida de los personajes.
“Los hados conducen a quien los acepta y arrastran a quien no los acepta”. Ante esta contundente verdad, ante los irresolutos conflictos humanos, como ante la muerte, la mediación contemplativa nos ofrece la resignación.
La infinita actividad del mundo escapa a cualquier intento de precisarla; ella se manifiesta en el puro despliegue de la realidad. Reconocer su admirable presencia y actuar a favor de ella, sería la verdadera virtud. La razón no ofrece ya esperanza, pero tampoco desesperación. Resignarse era, para Séneca, vivir y morir naturalmente, sin más aspiraciones que asumir a conciencia la propia vida y dedicarse serenamente a ella.