La danza, poesía de la viva acción humana
Por Humberto Ortiz.
El 5 de marzo de 1936 en París, en un prestigioso instituto de estudios históricos, durante el último gobierno de la Tercera República, entre las amenazas de una nueva guerra en Europa, el escritor francés Paul Valéry (1871-1945) pronuncia una conferencia sobre la danza.
Ratifica Valéry que “Toda época que ha comprendido el cuerpo humano o que al menos ha experimentado el sentimiento misterioso de esta organización, de sus recursos y de sus límites, de las combinaciones de energía y de sensibilidad que contiene, ha cultivado, venerado la Danza”. Y es que la danza ha sido la actividad que le ha permitido a la humanidad explayarse en sus habilidades corporales y consolidar físicamente las expectativas espirituales de la experiencia de estar vivos. La Danza –explica- se deduce de la vida misma y traslada la acción del cuerpo a otro espacio, a otro tiempo, distintos al de vida práctica, pero más cercanos al íntimo transitar humano.
Toda danza es como un juego de frágiles equilibrios, de elasticidad y de impulsos de pronto recogidos para volver a comenzar en otra dirección, con energías que se retan o se responden y forman “un recinto de resonancias”, de ritmos, que llegan al espectador en movimientos extraños, distintos a los comunes, que se suceden como si existiera entre ellos alguna coherencia.
Igual a una flama, la danza se sustenta en sí misma para seguir en su arder, que provoca una encantada contemplación al transitar de un cuerpo que no tiene otra intención que bailar de esa manera. Con su peculiar movilidad, el baile siempre invita al espectador a “sentirse virtualmente danzante también”.
La danza la reflexiona Valéry desde su ocurrir concreto en una temporalidad irrepetible. Como todo arte tiene unas exigencias formales desde las que cada bailarín teje, con sus pasos y sus gestos, un mundo que le es propio. Al instante de realizar la danza, lo que se muestra es “un incesante trabajo cargado de potencia motriz que se sostiene a sí mismo”.
La danza presenta las transformaciones de un cuerpo que busca alcanzar sus límites en una serie de movimientos que plantean dificultades esenciales sobre “el sólido suelo del transcurrir vital”. Se trata, en realidad, de un movimiento de acción espiritual revelado por el danzante, que invita, desde la sensibilidad, a una reflexión sobre el ser que somos sobre la tierra.
Estas ideas las expone Valéry minutos antes de una presentación de la bailadora flamenca Antonia Mercé “La Argentina” (1891-1836), quien muy consciente de su talento –dice- ha logrado “salvar en forma de arte” la sensibilidad de “una raza ardiente” con la inteligencia y la inventiva de sus propios recursos.
Ese mismo año, cuatros meses después, muere Antonia “La Argentina”, el 18 de julio de 1936, al día siguiente de comenzada la Guerra Civil Española.