(IX) Contemplación, verdad y lenguaje
Por Humberto Ortiz.
Los estoicos reconocieron los límites de la intencionalidad del saber humano. La razón cósmica es infinita y su fuerza constante, inaprensible. La escuela estoica criticaba la pretensión de los filósofos de comprender plenamente la existencia, en vez de simplemente realizar lo que naturalmente cada humano está llamado a hacer: vivir sus circunstancias lo más tranquilamente posible.
Con Platón, la vida contemplativa permitiría atender las apariencias del mundo para tratar de ver las ideas inmutables en ellas reflejadas. El pensamiento aristotélico pretendía mirar en las cosas una causa original que fundamentara sus vaivenes.
Los estoicos buscaron otro camino, quisieron acoger la racionalidad de la realidad misma. La sola contemplación reconoce, de manera inmediata, que la actividad natural no se detiene, y sobre ella se estructura el pensamiento. El discurso de cualquier palabra comienza a ser entendido como una manera particular, circunscrita a una situación, desde la que la humanidad puede revelar la razón del fluir natural.
Al contemplar, una intimidad afectada se enfrenta a la exterioridad natural. Para los estoicos se produce el encuentro de dos expresiones del mismo impulso vital: la corporalidad personal y la materialidad mundana; entre ambas se crean relaciones. Ese punto de encuentro es el que se revela a la atención consciente; es al que toda palabra se refiere. Así, para muchos, la verdad desprendida de la poesía mítica tradicional o la del lenguaje coloquial, sería el resultado de una conexión íntima con la naturaleza. Los pensadores tendrían que buscar, todos, esa intimidad.
Para los estoicos, el sentido último que encausa la realidad es tan misterioso que se hace imposible precisarlo absolutamente. Toda alusión verdadera del lenguaje garantizaría una implicación en la transitoriedad esencial del todo, donde lo individual y lo colectivo parecen fusionarse. Una palabra sabia estará siempre referida a la natural participación que un grupo social haya establecido con sus coyunturas vitales.
Lo curioso de la visión estoica es que la vida no se plantea como un proyecto único, sino como una posibilidad, entre muchas que podrían, incluso, oponerse. La felicidad del virtuoso estaría referida a asumir, a conciencia, esa natural condición humana.
La fuerza de la realidad es la que el lenguaje intenta encasillar en ideas, conceptos o imágenes; lo que estos nombran son los efectos que unos cuerpos provocan en otros. Las ficciones del espíritu, las imágenes fantásticas, los estados de las cosas nombrados por la palabra, no tienen más realidad que la del pensamiento. Para aludir a ellas los estoicos introducen la categoría de lo “incorporal”, donde incluyen todas aquellas cosas que subsisten gracias al lenguaje.
Toda verdad formulada por el lenguaje estaría enraizada a un ahora abierto al encanto sensible, que revela un instante de la actividad eterna.