(II) Humanidad, lenguaje y arte: visiones
Por Humberto Ortiz.
El tema de la percepción humana y su interés por encontrar un sentido que encauce la realidad de la existencia ha sido el inductor, el corazón, del saber. Cualquier versión de sabiduría, por pragmática que sea, se levanta desde la actividad contemplativa con la que nos involucramos a los fenómenos.
La íntima detención que implica tener una visión, contemplar, invita a la reflexión sobre la existencia y nos permite imaginar, suponer, preguntarnos sobre la propia condición mundana.
Toda reflexión supone un ofrecerse a lo dado para volver inmediatamente sobre lo propio, reconduce así nuestros olvidos, nuestros afectos, nuestras verdades. De ello depende nuestra capacidad creadora. Visto así, lo que señala una reflexión sería, en un primer momento, la relación que establecemos con aquello que se nos presenta, la posibilidad de abrirnos o entregarnos a lo otro; y permite, luego, dar cuenta de esa relación con la alteridad, ya sea desde el afecto o desde la racionalidad.
Ese pensamiento originario, balbuciente aún, no se realiza únicamente con la palabra, aunque el lenguaje ha sido usado como el cimiento del espíritu. La imaginación puede ofrecer también esquemas, figuras abstractas, utopías o sueños, sonidos o movimientos corporales, que aludan a una movilidad anímica. La intimidad de esa reflexión trata de meditar, a veces apenas mascullar, las afectaciones originadas ante el vacío anhelante del sentir, muchas veces para obviarlo.
Todas las elaboraciones artísticas tienen esta cualidad que por hábito le atribuimos a la palabra: hablar de lo esencial. Cualquiera que sean las señas de un pensamiento, su referencia generativa está en el asombro de estar vivo; y hablan, además, de una memoria que no es particular, sino que nace del acervo cultural en el que naturalmente participamos. “Todos nosotros nos hallamos en el curso de una tradición.” (H. G. Gadamer, El inicio de la filosofía, Barcelona, Paidós, 1999: 35)
Y es que los pensamientos de todo grupo muestran el esfuerzo histórico por elaborar criterios valederos y por registrar los gozos humanos sobre el mundo. Pues la vida contemplativa siembra en la conciencia la posibilidad de trascendencia, es decir, de encauzar una existencia grupal. El pensamiento, aunque inmanente en cada cual, implica atender al mundo. La calidad plural de un pensamiento marca la cualidad de una visión humana.
Una visión sería, entonces, una forma de saber en la que lo que es originalmente inaccesible, lo sagrado de la vida, se muestra con una particular adecuación que nos permite continuar; pero más que un conocimiento objetivo habría que entenderla como una expresión del vivir humano. Lo que sorprende en una visión es el carácter peculiar de sabiduría que la humanidad ha alcanzado de su propia realidad. Las distintas visiones, más que los hechos, son las que han compuesto la historia.