Filosofía y tragedia

 


 

 

Por Humberto Ortiz.

La filosofía y la tragedia nacieron en Grecia profundamente relacionadas. Aristóteles cuenta que la filosofía se inicia con Tales de Mileto (624 – 546 a. C) en los albores del siglo VI a . C, y le atribuye a Tespis, (550-500 a. C.), en la segunda mitad del mismo siglo, haber sido el primer poeta en introducir un personaje para dialogar con el corifeo, quien era el principal bailarín y cantante de los coros que participaban en los ritos dionisíacos.

La filosofía griega, ya en el siglo V a. C, era un real intento por reconocer intelectualmente cuáles eran las facultades humanas para comprender el mundo y para darle sentido social y político a la propia actividad cognoscitiva de la humanidad.

La tragedia tuvo su esplendor también durante el siglo V a. C. Su poesía respondía al intento de ese mismo pueblo por revisar el mito tradicional para hacerlo más contemporáneo, a la luz de una nueva vida ciudadana e ilustrada que se estaba ya formando.

Si bien el mito fue esencial para hacer tragedias, las antiguas creencias se renovaron desde una nueva perspectiva donde el heroísmo, que antes funcionaba como el relato de una vida “sobrehumana”, se hizo, en la escena, más intimista, más individualizado, como indagando en las profundidades de las particularidades del nuevo hombre ciudadano, cuya vida privada se entrecruzaba con la vida social.

La tragedia fue el género literario que resguardó, en los orígenes de la racionalidad europea, las formas del sentir, que no tenían cabida en los discursos del pensamiento argumentativo que estaba naciendo. Con ella se formó una unidad inseparable de religión, arte y filosofía, que es imposible de obviar. En la nueva forma poética, la dramática, se exponían versiones míticas bajo la mirada de un pensamiento más consciente de sí que, desde las discusiones en el ágora, se había estado formando en los círculos intelectuales.

Los rastros de la antigua religiosidad se hicieron evidentes en la fuerte influencia que los nuevos poetas dramáticos llegaron a tener en los ciudadanos que asistían a las embriagantes fiestas trágicas, aún durante el nacimiento de las primeras escuelas filosóficas.