El teatro y la peste

 


 

 

Por Humberto Ortiz.

Antonin Artaud (1896-1948) compara el efecto de las artes escénicas con la peste. Usa como referencia el registro de un sueño del virrey de Cerdeña en 1720, quien anticipó el dolor y “los desastres morales y psicológicos” que provocaría la enfermedad, por lo que impidió que veinte días después un buque atracara en sus puertos. Lo desvió hacia Marsella y allí se inició unas de las epidemias más recordadas de Europa.

Por ese sueño, el efecto anímico de la peste se hizo para Artaud la metáfora que alude al papel social del teatro. El primer capítulo de El teatro y su doble, editado en 1938, trata sobre las semejanzas entre las conductas humanas movidas por una amenaza de proliferación de la peste y las que el verdadero teatro ha de producir en los espectadores.

La peste –dice- tiene una “entidad psíquica” que puede atacar tan fuerte como la propia enfermedad. La acción teatral ha de impactar con la misma fuerza anímica y esto es posible porque en el teatro, como en los sueños, las cosas pasan inútilmente, sin intención real de pasar.

Los gestos actorales que señalan la acción teatral, actúan como signos que dan un posible sentido a lo acontecido sobre la escena. Lo que ahí se ofrece es materia humana, pura corporalidad, para afectar sensiblemente al espectador y permitir, así, la meditación que suscita siempre la inmediatez de las intuiciones. La fuerza espiritual del teatro se sustenta en la gratuidad de los gestos actorales.

Explica Artaud: “la acción de un sentimiento en el teatro, aparece como infinitamente más válida que la del sentimiento realizada”. En la escena se afianza la intención de aparecer de esa forma orgánica viva que es el gesto. Cada gesto teatral es un acto presentado en lo inmediato del puro actuar. Una puesta en escena ofrece esos instantes que ahí mismo se desvanecen, sin esperar una consecuencia inminente. Los gestos de un actor comprometido íntimamente con su hacer, son actos efímeros que ofrecen al espectador la posibilidad de imaginar algún sentido.

Pero lo que para Artaud asemeja más al teatro y a la peste no es la fuerza contagiosa de los actos humanos, sino la exteriorización de “la crueldad latente” en las intenciones oscuras que ellos ocultan, que tanto el teatro como la peste nos permiten intuir.

Al igual que la peste, el teatro desata conflictos, desencadena posibilidades, libera emociones e instintos sombríos. “El teatro, como la peste, es una crisis que se resuelve en la muerte o la curación”, por eso es también poesía.