El estado poético: una sensibilidad esencial
Por Humberto Ortiz.
La actividad filosófica representa para el poeta Paul Valéry (1871-1945) la íntima movilidad humana, donde queda manifiesta la propia inestabilidad del espíritu, necesitada siempre de alguna precisión que la contenga. Desde ahí plantea en sus escritos un acercamiento consciente a una actividad que pareciera justificarse en sí misma: la poesía.
La actitud filosófica se abre a la inmensa cantidad de cosas que se nos muestran, a los acontecimientos, a las palabras, a las ideas, a los sentires que nos invaden continuamente, y se ocupa de determinar instrumentos que puedan acotar límites al infinito transitar de la experiencia humana. Estos instrumentos fijan la inconstancia mental que todo lo pregunta, y sus ideas e imágenes pueden asumirse como comprendidas. Las variantes vividas y filosóficamente fijadas, se ofrecen al espíritu con una certeza satisfecha de sí. La voluble libertad espiritual queda así controlada.
Pero también es posible que esa misma saturación por la existencia que alimenta la reflexión, adquiera un nuevo sentido que no apague la libre actividad espiritual, sino que la aliente. Ese es el estado poético, donde la afectividad humana reconoce una extraña intimidad con la realidad, como si “las fluctuaciones inmediatas de nuestra sensibilidad general” no fuesen percibidas de la manera convencional. Ahí, las irregularidades de nuestras sensaciones, las distintas repercusiones emotivas que causan, aluden a certezas que no logramos precisar pero que, desde nuestra fragilidad, asumimos como reales, aunque sean de fácil perdición; tal como sucede a veces en los sueños. Este sería un estado emocional esencial donde lo humano se reconoce como una totalidad armonizada, a pesar de sus incesantes transformaciones.
La actitud reflexiva es una constante de la voluntad humana; el estado poético, en cambio, puede ocurrir por azar, ofrecido como una gracia, ante una situación, un paisaje o una persona. Lo particular del estado poético es que despierta, junto a la reflexión habitual, una emotividad profunda donde se involucran tanto las facultades cognoscitivas como los deseos personales. El ser humano se vivencia junto al mundo como una totalidad.
Los instrumentos usados por la actitud filosófica han sido por tradición los conceptos. Los usados por el estado poético, las artes. Entre ellas la poesía tiene una labor fundamental pues en los poemas se expresan distintas variantes del lenguaje, que es la actividad espiritual de toda cultura. Los poemas ofrecen novedosas posibilidades existenciales, con las mismas palabras de una reflexión común, pero con una sonoridad y una significación distintas, que invitan a seguirlas.
Si la reflexión filosófica se alimenta de la polémica conceptual, un poema se ofrece como un placentero sosiego ante el asombro mundano que, sin obviar la dificultad, posibilita reconocer los infinitos matices de los movimientos espirituales ante las tensiones propias del lenguaje.
Pero, aclara Valéry, un poeta no tiene porque sentir el estado poético, “eso es un asunto privado”, su labor es ofrecerlo, “crearlo en los otros”.