Delas cosas naturales

 


 

 

Por Humberto Ortiz.

Desde que la cultura griega asumió la actividad contemplativa como la natural generadora de reflexiones, la polémica sobre los dioses y su participación en los asuntos mundanos quedó abierta. Los filósofos intentaban siempre articular esa relación. El pensamiento antiguo legó a la posteridad la noción de que el cosmos visible, la realidad, se sostenía sobre evidencias de calibre intelectual que en el mismo orden físico quedaban manifiestas.

Independientemente de la participación divina en los asuntos humanos, la filosofía resaltó la pertinencia de un giro anímico para alcanzar una visión clara del mundo. Una simple contemplación meditativa y tranquila, permitiría que la humanidad dejase de sentirse víctima de los dioses y sólo así se acercaría inteligentemente a la posible verdad.

Tito Lucrecio Caro se hace, bajo esta perspectiva, el más radical de los defensores de la contemplación. Su laboriosidad poética tomó las experiencias que, desde una minuciosa observación, le indujeron a dilucidar la necesaria presencia de principios materiales eternos no perceptibles por los sentidos. Los átomos y el vacío donde se mueven eran ya nociones discutidas por los físicos. Esos eternos cuerpos primeros se conforman de distintas maneras, la variabilidad de sus combinaciones es infinita.

Lucrecio plantea que mientras haya espacio que contenga a la materia, estará siempre mutando. Al describir las imágenes naturales ofrecidas a la contemplación, el poeta romano las asemeja a las palabras del discurso con las que el lenguaje pretende ordenar algún sentido verosímil sobre la existencia: de eso se trata la escritura. La actividad de la materia también elabora continuamente sus posibilidades. El escritor insiste constantemente que no existen leyes establecidas de antemano por una inteligencia divina o subrenatural; lo importante es dejarse encantar por la mecánica de las cosas y hablar desde ellas mismas. Lo que la naturaleza ofrece son plurales procesos espaciales que permiten reconocer la vitalidad de las causas materiales, cuyas variantes explican los disímiles e infinitos comportamientos.

Lucrecio apela a la tradicional actividad creadora de mitos, para sostener que los divinos dioses nada tienen que ver con las cuestiones naturales y tampoco con las humanas. Para él, ni la teoría del pensamiento ni la finura poética tienen que sostenerse sobre algún marco teológico. Una contemplación sabia libera al humano del yugo religioso al brindarle una feliz melancolía que le permite meditar, con ayuda de la precisión literaria, sobre las causas concretas de los vaivenes vitales para aceptar, sin miedo, la muerte.

En el largo poema De la naturaleza de las cosas, Lucrecio le canta a la aventura de la materia para mantenerse activa. Así como la tradición poética cantaba a los héroes en sus tratos con los dioses, este poema, escrito a finales de la antigüedad, le canta a la naturaleza en sus lazos afectivos e inteligentes con los humanos.


La unidad de la razón natural