Aristóteles: arte y catarsis
Por Humberto Ortiz.
El pensamiento occidental ha reflexionado la finalidad de las actividades artísticas en torno a la noción de catarsis, introducida en estos temas por el Filósofo griego Aristóteles (Estagira, 384 a. C – Calcis 322 a. C) en el siglo IV antes de Cristo.
La catarsis la nombra Aristóteles en su Poética como el efecto final de las acciones y de las emociones suscitadas por una bella tragedia. En otro libro, Política, habla también del solaz placentero que ofrece la música luego de pasear al oyente por variadas emociones.
La catarsis implica una movilidad afectiva por los hechos humanos reproducidos artísticamente; un acercamiento sensible que despierta éleos y phobos ante las acciones y los avatares humanos ocurridos en un espectáculo trágico.
Por supuesto, la catarsis –que en griego implica purificación- ha tenido muchas lecturas que señalan distintas concepciones del arte y su relación con los comportamientos humanos. Cierto es que en la Poética el efecto catártico es posible mediante la asistencia de esos dos sentimientos al mismo tiempo: phobos y éleos. Si una tragedia no suscita estas emociones, la catarsis no se produce. Esto indica que el alivio placentero de una poesía trágica involucra el paso por una emotividad desencadenada por acontecimientos ficticios bellamente realizados por un artista de la palabra para el teatro.
Ambos afectos eran considerados por los griegos como sentimientos perjudiciales al ánimo. En la tragedia, phobos -traducido como miedo o terror- estaría referido al temor ante la posibilidad de ser afectados por una situación humanamente inexplicable, y éleos –traducido como conmiseración, misericordia, compasión, lástima, a veces piedad- sería un sentimiento de desagrado hacia la miserable condición de aquellos afectados por esa terrible situación.
Gracias una bella experiencia artística, como la de la tragedia y la de la música, nos vemos en nuestras pasiones como humanidad padeciente y esto produce un alivio placentero que estimula el ánimo. Aristóteles coloca así sobre el arte un carácter contemplativo sobre lo emotivo. Una posibilidad de reflexión sobre la propia emoción, que permite al humano verse en sus pasiones y en el dolor de sus emociones. El goce ante algo bellamente hecho, permite un cierto entendimiento de la emotividad humana, por dolorosa que sea. Sería como si mediante el solaz placentero del arte y de la poesía, la humanidad pudiera llegar a comprenderse desde su misma sensibilidad. En este sentido, la poesía trágica en Aristóteles, como la filosofía y la música, iluminan o purifican el dolor ofreciendo a la contemplación el propio sentir.