Armonía cósmica

 


 

 

Por Humberto Ortiz.

En la civilización egipcia antigua, el Nilo y el desierto evocaban la dualidad entre el orden y el caos, la vida y la muerte, la luz y la oscuridad. La magia, el pensamiento simbólico y ritual, operaba como un mecanismo de defensa contra las fuerzas caóticas que amenazaban la estabilidad y la longevidad del Imperio. La creación era concebida como una necesidad de vencer la nada y establecer la frágil estabilidad que permite la vida como tránsito hacia una espiritualidad pura.

La diosa Maat era la encarnación del equilibrio, la justicia y la armonía cósmica, una fuerza que estabilizaba el desbordamiento incesante del desorden. Su influencia se extendía desde la legitimidad del faraón y su poder político, hasta el íntimo juicio a cada alma. Su poder actuaba tanto en el universo como en la vida social y en la ética personal. Se trataba de un equilibrio dinámico entre fuerzas opuestas que debía restaurarse periódicamente mediante rituales que aseguraran el cumplimiento de los ciclos naturales y mantuvieran, en todos los ámbitos, la estabilidad ante cualquier eventualidad.

Su figura aparece ya desde el Primer Reino, dicen que desde la dinastía IV, cuando se la reconoce como protectora del Imperio. Aunque nunca contó con un culto exclusivo, desde entonces acompañó a todas las deidades, pues sin ella no podrían existir.

La diosa era representada generalmente arrodillada, con alas y una pluma de avestruz en la cabeza, usada para pesar el corazón de las almas en el juicio a los muertos. Recordemos que el corazón era la parte más íntima del humano, sede de su conciencia, y la pluma servía como contrapeso para determinar cuál era el destino de las almas en su tránsito por el Más Allá, camino a la eternidad, o si les tocaba ser devoradas por el vacío.

La integración del caos realizada por la doctrina hermética refleja la herencia helénica que reconfigura, sin borrar, la tradición egipcia de Maat. Influido por la noción griega de kósmos como un principio inteligente, el hermetismo adopta la armonía cósmica egipcia, pero enfatiza el camino interior. El pensamiento griego introdujo la idea del caos como materia prima, matriz fecunda y no mera amenaza. Así, el conflicto entre lo equilibrado y lo indeterminado, entre lo pleno y el vacío, se traslada al alma: el caos se convierte en un reto espiritual, a superar mediante la gnosis.

El caos no es solo cósmico, también anímico, y se asume como un reto íntimo. La tarea ya no es apenas preservar el equilibrio externo, sino, ante todo, reintegrar el alma a la armonía esencial.