Textos herméticos

 


 

 

Por Humberto Ortiz.

Los textos filosóficos-religiosos del hermetismo, envueltos en diálogos entre dioses y humanos, dibujan un misterioso conocimiento sagrado que alude a una inteligencia eterna, de la que cada mente particular es un fragmento. Estos escritos abordan temas esenciales como la formación del cosmos, la creación humana y su posible trascendencia.

El texto hermético filosófico más antiguo que se conoce es Las definiciones de Hermes Trismegisto a Asclepio, probablemente del siglo I d.C. Posteriormente, surge el Corpus Hermeticum, una colección de tratados supuestamente redactados entre los siglos II y III d. C., conservados en versiones bizantinas y traducidos al latín en la Italia renacentista del siglo XV. Desde entonces se difundieron por la naciente modernidad europea.

El primer tratado de esa antología, Poimandres, relata la revelación de la Mente original a Hermes Trismegisto, quien la reconoce como el “pastor de hombres”. Desde ese encuentro, el “tres veces grande” comprende el origen del cosmos y el destino de las almas.

El Nous (mente en griego) surge de la luz como principio silente en lo alto. De él emana la oscuridad, propia de la naturaleza húmeda, compuesta de agua y tierra, mientras que sobresalen aire y fuego. El intelecto original genera entonces el Verbo y con él el mundo de las potencias.

La voluntad divina entra en dilema pues al dividir los elementos se origina la posibilidad creadora del Cosmos, esto es: la formación de seres. El Nous creador o Demiurgo, que es soplo y fuego, impulsa el movimiento de las siete esferas celestes, guardianas de los ciclos naturales y de los destinos. Estos “Gobernantes”, como los denomina el texto, giran en el firmamento y atrapan a las almas en sombras y reflejos. Así, ocultan la chispa divina en el corazón de los seres que, al mezclar las materias, logran engendrar.

En este escenario cósmico, la Mente divina gesta a su semejanza al Hombre Primordial, un ser luminoso y sabio, destinado a contemplar y ser él mismo creador. Fascinado por la belleza del mundo material, descendió a través de las esferas celestes y fue atrapado en la red de deseos, pasiones y limitaciones impuestas por los Gobernantes. De este modo, el alma divina quedó encadenada al cuerpo mortal, fusionada con la naturaleza y sus ciclos eternos.

Así, el humano, mitad divino y mitad terrenal, vive entre dos mundos. Su cuerpo está sujeto a las leyes inexorables del destino, mientras que su espíritu anhela acercarse a la inteligencia suprema. Su camino de regreso implica la ascensión a través de las esferas celestes, liberándose de las ataduras por ellas tejidas para reencontrarse con la luz original y alcanzar la gnosis que despierta el alma.

En general, todos los textos herméticos filosóficos-religiosos invitan a mirar más allá de las apariencias mundanas, a contemplar la armonía cósmica que se levanta sobre las oscuridades infinitas, y a recobrar la chispa divina en el interior del alma.