Textos herméticos

Por Humberto Ortiz.
Desde el siglo III a. C. se tienen registros del epíteto Trismegisto para referirse a la divinidad greco-egipcia. Los textos hoy conocidos provienen de la época romana, entre los siglos I y II d. C. Fueron supuestamente escritos en griego en las colonias helénicas establecidas en Egipto. Algunos sostienen que eran traducciones de textos sagrados más antiguos, plasmados en tablas de piedra y jeroglíficos, lo que refuerza su sapiencia mágica ancestral.
Esos textos han atravesado la historia traducidos en copto, armenio o latín. En realidad, son discursos que han sido escritos y compilados en distintas ediciones, a lo largo de muchos siglos, siempre atribuidos a la inspiración de Hermes. Resulta, por tanto, muy difícil precisar el lugar y el momento real de su autoría.
Antes de los escritos de los primeros siglos de nuestra era, parece que ya circulaban ciertas prácticas y conocimientos herméticos de carácter técnico, vinculados con la observación de los astros y su influencia en los asuntos humanos, con la alquimia como un arte de transformación tanto material como espiritual, con las virtudes secretas y curativas de las plantas o sobre la fuerza simbólica de los animales. Estas disciplinas se usaban fundamentalmente para mejorar la condición humana, siempre bajo la antiquísima creencia de que todo lo hecho en el mundo, natural o humano, tenía un trasfondo espiritual que conectaba lo material con lo divino. Para los egipcios la sabiduría involucraba un proceso de elevación anímico.
La hermética –como llaman a estos textos- combinan reflexiones espirituales con enseñanzas prácticas que integran una visión unificada de la transformación del alma y la materia; se podría conjeturar que estaban aún imbuidos en la religión mágica de la tradición egipcia, donde las actividades prácticas y reflexivas nunca estuvieron realmente diferenciadas, pues todas las cosas existentes, tanto materiales como espirituales, estaban interconectadas en una armonía cósmica. La labor del sabio hermético era sostener esa armonía en la movilidad mundana. Con la llegada de los nuevos tiempos, con el empleo de los conceptos filosóficos, las diferencias metafísicas comenzaron a remarcarse. Sobre todo, por el interés de las religiones salvíficas que comenzaban a expandirse alrededor de las costas mediterráneas.
En la cultura egipcia antigua lo nombrado por la palabra y lo aludido por los jeroglíficos (figuras, sonidos o ideas), tenían sentido de realidad, en tanto manifestaciones que movilizaban el cosmos. Las palabras ofrecían el carácter espiritual de las cosas a ser dilucidado. El saber revelaba la espiritualidad de lo manifiesto mediante rezos mágicos, identificados con el dios Heka (Magia). Era un poder divino al que la humanidad accedían por el lenguaje. Gracias a él, se podía reconocer el potencial espiritual de la materia y actuar junto a ella al seguir los rituales pertinentes que la tradición enseñaba para mantener el equilibrio cósmico.
En la coyuntura egipcia-helénica, aparecieron también textos herméticos de carácter filosófico-religioso que comenzaron a enfatizar la idea de que el conocimiento de las leyes cósmicas no solo permitía manejar la naturaleza sino también alcanzar la gnosis: la iluminación espiritual.
