“El tres veces grande”

Por Humberto Ortiz.
En el crepúsculo de la antigüedad, durante el sincretismo imperial helénico y romano, cuando las fronteras entre lo divino y lo mortal se desdibujaban, surgió la figura de Hermes Trismegisto. ¿Fue un dios descendido que iluminó a la humanidad, o un mortal que, gracias a su sabiduría, ascendió hasta la divinidad? La pregunta ha resonado a través de los siglos. Su nombre evoca un conocimiento universal y un dominio sobre las artes mágicas y las cognoscitivas.
Muchos concuerdan que la fusión entre el astuto dios griego, Hermes, y el divino escriba egipcio, Thoth, fue la que originó a Hermes Trismegisto. Ambas deidades eran mediadoras entre los dioses celestes y los del inframundo, deidades del lenguaje, vinculadas a los límites. En el contexto helénico de Egipto, esta fusión originó esta figura de sabiduría universal a la que se le atribuyó el apelativo: “el tres veces grande”.
Algunos han sugerido que vivió humanamente, que fue un sacerdote, un rey, un mago o un filósofo que, a través del estudio y la meditación, desveló los secretos del cosmos y alcanzó un estado de iluminación. Se ha dicho, incluso, que se le reveló al profeta del Sinaí, Moisés.
Sus seguidores, los herméticos, se consagraron al estudio de los textos sagrados que se le atribuían. En ellos buscaban la clave para aprender a ver la naturaleza. La alquimia y la astrología funcionaban como herramientas prácticas con la materia, que permitían acceder a esos secretos naturales. Acceso que ofrecía, además, la contemplación trascendente del carácter espiritual propio de la armonía del Todo. ¿Eran estos textos la revelación de un dios o el legado de un hombre excepcionalmente sabio? La duda ha alimentado su leyenda y ha atraído a buscadores de una verdad secreta de todas las épocas.
Se decía también que Hermes Trismegisto, continuador de la creencia egipcia de Thoth, era el inventor de la escritura jeroglífica, el maestro de los números y las estrellas, el conocedor de los secretos de la vida y la muerte. Sus enseñanzas se centraban en la unidad del universo, en la correspondencia entre el macrocosmos y el microcosmos, en la capacidad humana para alcanzar la divinidad a través del conocimiento y la virtud. ¿Fue un dios que impartió su sabiduría a la humanidad, o un hombre que descubrió por sí mismo las leyes del universo y las transmitió a sus semejantes? La ambigüedad de su origen, es inherente a su figura.
Sus doctrinas invitan a explorar los misterios del universo y, con ello, a indagar en la certeza interior. Con cada libro estudiado, con cada estrella observada, con cada momento de introspección, se revive el espíritu de Hermes Trismegisto: el dios o el hombre que nos recuerda que el saber es el camino hacia la divinidad.
Algunos consideran al “tres veces grande” como un sabio profeta pagano que previó la llegada del cristianismo. Otros, lo asocian a una herejía cargada de sincretismo religioso y filosófico, llena de falsos secretos simbólicos, que son comprendidos sólo por sus supuestos iniciados.
