La cara de la luna II
Por Humberto Ortiz.
Los dialogantes en Sobre la cara visible de la luna de Plutarco asumen, tras un largo paseo, que la condición de la luna es térrea. Las manchas sobre su superficie serían ocasionadas por las muchas irregularidades que hay en su cuerpo, es decir, por la cantidad de simas o abismos que lo conforman. Cada zona ha de tener su propio límite y profundidad, por lo que los rayos solares que se reflejen en ellas se exponen a un cruce de luces desiguales que perfilan las sombras que vemos en los plenilunios.
La voz líder del diálogo, Lamprias, propone una cosmogonía que, además de darle un sentido de unidad al mundo, recoge las reflexiones de la vieja tradición filosófica. Expone que antes de que los principios universales se aliaran, la divinidad estaba ausente: ni la tierra participaba del sol ni el agua del aire y tampoco existían cuerpos arriba ni cuerpos abajo. Todo se mantuvo así “hasta que el deseo se allegó a la naturaleza de modo providencial”.
Entonces la inteligencia participó con lo físico y se reveló el alma. Gracias a Amistad, a Afrodita y a Eros –como habían señalado tiempo atrás Empédocles, Parménides y Hesíodo- las materias esenciales intercambiaron lugares y propiedades de modo que los elementos se intercalaron y transformaron su condición natural en algo mejor. Esto permite suponer la existencia de un logos original, de una razón divina, que logra la comunidad en todos los órdenes posibles y asegura la estabilidad armónica del Cosmos.
Lamprias intenta explicar desde esta imagen, que los elementos materiales nunca están aislados. Sus diferentes combinaciones son las que dan la variabilidad percibida. La multiplicidad aparencial está dispuesta de tal manera que alude a una inteligencia sobrehumana que contiene en sí todas las variantes naturales. La necesidad física que estudian los humanos incluye, también, un componente amoroso otorgado por la Providencia: entender esta noción sería el verdadero camino del sentido común que reflexiona el mundo.
Desde esta visión, los participantes comienzan a intercambiar ideas sobre el orden natural y cierran la discusión sobre las manchas lunares. Lamprias sugiere a los paseantes buscar un asiento cómodo para escuchar, de manera atenta y sin pretensiones discursivas, el relato mítico sobre la relación de la luna con las almas que Sila había prometido hacía rato.
Antes de comenzar la esperada narración, interviene Teón, quien, apoyado con citas poéticas, sugiere conversar sobre los posibles seres oriundos de la luna, un astro tan semejante a la Tierra. Esta plática ayuda a bajar la tensión provocada por la recién acabada discusión teórico-filosófica y aviva la especulación imaginaria. El ánimo de los contertulios se prepara para escuchar el mito de Sila.