El oráculo de Delfos
Por Humberto Ortiz.
El trípode fue para los griegos antiguos un objeto de uso cotidiano que daba prestigio a quien lo poseyera. Aunque fuese un simple soporte de tres patas para un caldero donde se calentaba agua, era suficientemente importante como para aparecer en los textos homéricos entre los premios de las competiciones públicas. El valor de los bienes de prestigio lo determinaba el material con el que estaba hecho, su historia y el uso sagrado que de ellos podía hacerse. No obstante, aparte del uso ordinario que los mismos dioses podrían tener de un trípode, la vinculación de ese objeto con lo divino sólo parece sustentarse por su empleo en los rituales del oráculo de Delfos que comenzaron a conocerse a finales del siglo VIII a. C.
El hurto del trípode délfico por parte de Heracles al ser rechazado por la Pitia, ocasionó el enojo de Apolo; la imagen de ese robo fue muy reproducida en la cerámica griega del siglo VI a. C. Ya para entonces todos sabían que solo sentada sobre un trípode de bronce, colocado encima de una profunda grieta, la sacerdotisa de Delfos, podía hablar por la boca del dios.
Se sabe que la Pitia entraba en trance acompañada por oficiantes masculinos, pues era la única mujer que tenía acceso a la parte interior del templo. Tras la revelación oracular, estos sacerdotes interpretaban los enigmas anunciados por la sibila. La mujer era elegida entre las familias más sensatas y respetables de la ciudad. Desde el siglo I a. C. sabemos por Diodoro Sículo que fueron vírgenes hasta que un militar romano se enamoró de una y la violó. Desde entonces la pitonisa fue una mujer mayor, aunque siguiera vistiéndose como doncella.
Al hacerse la voz oracular, la mujer tenía que abandonar a su familia y servir por el resto de su vida a Apolo. Plutarco, sacerdote del templo a mediados del siglo I de nuestra era, lamenta que hubiese una sola sacerdotisa para atender a los consultantes, y afirma que en épocas anteriores llegaron a recibir tantas visitas que se empleaban hasta tres sibilas.
Los estudios apuntan que las consultas no estaban referidas directamente a los acontecimientos futuros; se buscaba ante todo consejos sobre cómo alcanzar alguna meta o manejar las opciones posibles ante una decisión. Para Plutarco, los enigmas que proponían los oráculos eran intencionalmente ambiguos con el propósito de desarrollar una capacidad reflexiva que permitiera captar la verdad de las palabras cantadas por la Pitia, se intentaba así procurar una meditación que llevara al consultante a ocuparse de los asuntos planteados más allá de las meras consecuencias personales. Las verdades del oráculo se habrían mantenido por tanto tiempo porque se habían siempre sostenido sobre una dialéctica discursiva que, como el trípode de la pitonisa, consolidaba las palabras apolíneas.