Un milagro llamado Camerata de Caracas
En la Avenida Zuloaga de la urbanización Los Rosales, en una imponente y acogedora casa cargada de historia, la Quinta Artemisa, se encuentra la sede de uno de los lugares más fascinantes de la Venezuela culta, corazón de la música antigua en Latinoamérica: la Fundación Camerata de Caracas.
Creada en el año 1978 por la maestra Isabel Palacios junto a un grupo de destacados músicos, la Camerata de Caracas nace con el objetivo de interpretar la música antigua universal, desde la Edad Media europea hasta el barroco latinoamericano, haciendo énfasis en la investigación, el rescate y la difusión de la música menos conocida, a través de los diversos grupos artísticos que la conforman, como la Camerata Renacentista de Caracas, el Collegium Musicum Fernando Silva-Morvan, la Camerata Barroca de Caracas y la compañía de ópera Memoria de Apariencias. Adicionalmente, y para perpetuar la memoria de estos hallazgos, las cátedras de enseñanza son el santo y seña de la Camerata, de las cuales han surgido reconocidas voces que hacen carrera dentro y fuera del país.
No hay rincón de Venezuela donde no se hayan presentado, tanto en los más canónicos teatros, como en los lugares más inverosímiles: antiguas casonas, iglesias, catedrales, conventos, plazas públicas… Y también han sido aclamados en los auditorios más prestigiosos del mundo, donde agotan la taquilla, dejando boquiabiertos a su audiencia por la capacidad de remontarla siglos atrás, con la mayor fidelidad, a través de sus instrumentos antiguos, de los que son ejecutantes de excepción.
De estas interpretaciones han dejado testimonio en no pocos registros discográficos, dignos de mención particular la serie dedicada a la Música del Pasado de América, máquina del tiempo con los que sentimos vibrar en nosotros cuerdas que no sabíamos que existían, pero que nos hacen conscientes de nuestras raíces y de la pertenencia a esta tierra.
Han pasado más de 40 años desde la fundación de la Camerata de Caracas, y escuchar su música es como asistir a una especie de rito, a un templo a donde peregrinamos reverentes. Porque al terminar el concierto, nos sentimos ungidos, lavados, absortos por el pequeño gran milagro que se gesta desde una antigua casona de Valle Abajo, gracias a la pasión de una empecinada mujer de profunda estirpe venezolana llamada Isabel Palacios.