Nicolás Ferdinandov en Venezuela

 


 

 

Por Álvaro Mata

En el año 1919 llega a Caracas un personaje que vino a insuflarle entusiasmo a nuestros incipientes e inquietos artistas de entonces. Se trata de Nicolás Ferdinandov, pintor, orfebre, decorador, arquitecto e inventor.

Ferdinandov se formó en el Instituto de Pintura, Escultura y Arquitectura de Moscú y en la Academia de Artes de San Petersburgo, en su natal Rusia natal.

Vaga por el mundo, se establece un tiempo en Nueva York donde abre una joyería, hasta que, atraído por las perlas del lugar, se instala en la isla de Margarita. Allí convive y trabaja con los pescadores en la explotación perlífera para el diseño de sus joyas, así como en la exploración submarina, incursiones que se reflejan en algunas de sus acuarelas del fondo marino de exquisita factura.

Al poco tiempo se traslada a Caracas, entabla estrecha relación con el Círculo de Bellas Artes, y ameniza sus veladas sentado al piano, en medio de fabulosas escenografías creadas por él mismo.

Con Federico Brandt, Rafael Monasterios y Armando Reverón expone en una inolvidable muestra realizada en la vieja sede de la Universidad Central, con una novedosa museografía diseñada por él mismo. Pero será específicamente en el joven Reverón sobre quien Ferdinandov influirá decididamente. Tanta fue la afinidad entre ambos, que vivieron juntos en el pueblo de El Valle, desarrollando un intenso trabajo artístico. Y será Ferdinandov quien recomiende a Reverón aislarse en un lugar apartado del “mundanal ruido” para concentrarse exclusivamente en su obra.

También deja marcada impronta en Rómulo Gallegos, quien novela la enigmática personalidad del ruso en su libro El forastero. Los poetas Fernando Paz Castillo y Enrique Planchart pintarán con la palabra al amigo extranjero en emotivos textos. Y el joven músico José Antonio Calcaño se maravillará antes las humoradas de alto vuelo de Ferdinandov.

En Venezuela contrae nupcias en 1922 y ese mismo año marcha a Curazao, para trabajar en su delirante proyecto de una academia flotante de pintores que viajaría por el mundo. Tres años después muere víctima de una tuberculosis a los 38 años de edad. Gran parte de su obra se perdió en un bombardeo durante la Segunda Guerra Mundial, pero se lograron salvar alrededor de cuarenta dibujos, en su mayoría acuarelas, diseños de escenografías y apuntes para sus febriles inventos submarinos, resguardados hoy en la Galería de Arte Nacional de Caracas.

Estos dibujos de estilo sinuoso e intensos azules, propios del art nouveau, son el único testimonio de la obra de este ruso genial que permaneció en Venezuela apenas cinco años, tiempo suficiente para incidir definitivamente en los jóvenes que luego serían reconocidos como los grandes protagonistas de las artes venezolanas de la primera mitad del siglo XX.

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