Los Diarios de Alejandro Oliveros
Antes de que abundaran los diarios literarios de escritores venezolanos en nuestras librerías, desde hacía mucho que el poeta y ensayista Alejandro Oliveros venía publicando los suyos empecinadamente y en las editoriales más dispares. El primero apareció en el año 1996, y desde entonces hasta hoy son doce los volúmenes impresos que alimentan esa novela por entregas que es su vida. Estos diarios son el registro vital de un profesor de literatura y de un poeta, a los que asistimos en calidad de testigos de sus reflexiones sobre los libros que vorazmente lee, la música que escucha, la hija que crece, y lo que come y bebe, a la par que se convierten en el cuaderno de bitácora de un eterno viajero que consigna las impresiones que despiertan en él los espacios a los que siempre regresa: de Valencia a Caracas, y de allí a Milán, Roma, París o Nueva York.Si revisamos la obra poética de Oliveros, notaremos que los temas que desarrolla son exactamente los mismos que los de estos cuadernos, presentados, eso sí, con el lenguaje depurado y exacto que exige la poesía. Podemos leer estos poemarios como una versión en clave poética de sus diarios. O entender los diarios como el semillero de donde dimana el trabajo creador de este hombre de papel: los ensayos, los poemas y las traducciones. Esto revela la honda necesidad de registrar escrituralmente el paso del tiempo y el consecuente cambio de los lugares y del propio cuerpo. ¿Acaso una forma para evitar desaparecer del todo? Juego literario y vital de elevados quilates, en el que el hombre llamado Alejandro Oliveros se ha creado una personalidad literaria que se ha ido mitificando para ser recordado así en la posteridad. Ya lo dijo Michel de Montaigne: “Yo soy la materia de mi libro”.
Hoy, cuando la tecnología vino a replantear por completo la manera en que hacemos las cosas, las entradas de los recientes diarios de Alejandro Oliveros se publican digitalmente en el portal web Prodavinci.com, por lo que podemos seguir en tiempo casi real la saga de este hombre-cultura que con la práctica cotidiana de la escritura erige un territorio donde guarecerse, que a la vez es el sólido testimonio de una época y de un creador.