La peste según Giovanni Boccaccio
Por Álvaro Mata
“Producida por la influencia del aire o por nuestras maldades, esta calamidad fue enviada a los mortales por la justa ira de Dios. Años antes había nacido en distintas parte del Oriente, donde hizo perecer a muchísimos. Luego se extendió de país en país, siguiendo su ruta hacia Occidente, cayendo al fin sobre nuestra desdichada ciudad”.
“La peste era terrible puesto que se contagiaba a las personas sanas por medio de las enfermas con igual prontitud que se extendía el fuego a las materias secas y combustibles”.
“Todos evitaban y huían a los enfermos y a cuanto los rodeaba, para no ocuparse más que de su salud. Creían que la sobriedad y la moderación eran la mejor manera de preservarse, vivían aparte, guareciéndose en pequeños grupos en las casas donde no había enfermos”.
“Muchas personas no hubieran perecido si se les hubieran prestado los auxilios necesarios. Fueron tantos los que a diario morían, por la virulencia de la enfermedad y por la imposibilidad de procurarse los remedios necesarios, que era aquel el cuadro más horroroso que se haya visto o del que se haya hablado jamás”.
“¡Cuántos hombres ilustres, mujeres hermosas y jóvenes amables y apuestos a los que Galeno, Hipócrates o Esculapio hubieran creído en un estado de salud perfecto, comieron por la mañana con sus parientes, sus compañeros, sus amigos, y cenaron por la noche, en el otro mundo, con sus antepasados!”.
Esta descripción de la peste bubónica que azotó a la ciudad de Florencia, Italia, en el año 1348, pertenece al Decamerón de Giovanni Boccaccio, obra maestra de la literatura que apareció hacia 1353.
El libro narra el encuentro de diez jóvenes que huyen de la apestada Florencia, para resguardarse en las afueras de la ciudad. A manera de distracción, acuerdan contar cada uno una historia durante los diez días que durará el encierro, o cuarentena. De esta forma, somos testigos de 100 cuentos que reflejan los vicios y fortalezas del hombre común, sus virtudes y defectos, todos salpicados con fuertes tintes eróticos.
Pero no se trata de cuentos procaces. La particularidad está en que Boccaccio aprovecha escenas pícaras del gusto general para mostrar el ingenio humano frente a las vueltas de la rueda de la Fortuna, y deslizar un mensaje moralizante mientras divierte al lector.
Así las cosas, sumergirnos en las páginas de El Decamerón es un buen antídoto contra la angustia de estos días, pues sus historias siguen sintiéndose tan frescas y divertidas como hace 700 años.