Héctor Poleo, onírico y poético

 


 

 

Por Álvaro Mata

Nacido en Caracas en 1918, resulta cuanto menos paradójico que este icono de la pintura venezolana perdiera la visión del ojo izquierdo a los 6 años de edad en un accidente. Sin embargo, esto no hizo mella en su temprana vocación por la pintura, y más tarde Poleo se inscribió en la Academia de Bellas Artes, donde iniciaría su formación.

Su obra atravesó diversas etapas que estaban ligadas a intensas experiencias vitales. Es así como a finales de la década de los años 30, e influido por el muralismo mexicano, pinta paisajes de nuestros estados andinos que ponen en evidencia las duras condiciones de vida y la soledad de sus habitantes. De esta época data Los comisarios, famosa tela que muestra a un trío de campesinos armados con machetes en conspiradora reunión.

En la década de los años 40, Poleo vive en Nueva York, y allí desarrolla una pintura de marcada impronta surreal, en la que plasma su mirada desolada de la Segunda Guerra Mundial que mientras tanto ocurría en el Viejo Continente.

Luego de Norteamérica, se instala en París, ciudad donde parece hallar el sosiego, pasando del tormento de los paisajes absurdos de la época de la guerra, a la serenidad de unos delicadísimos rostros femeninos influenciados por la pintura sienesa.

Finalmente, ya en la década de los 60, la obra de Poleo se sumerge en la llamada figuración poética, difuminando dichos rostros femeninos y presentándolos inmersos en una especie de vegetación fantasmal y onírica, evanescente, que no pocas veces recuerda los lechos submarinos.

Héctor Poleo comenzó a cosechar éxitos desde el principio de su carrera. A los 30 años de edad, había expuesto en las Galerías Seligman de Nueva York, muestra catalogada por la prestigiosa revista Art News como la mejor del año; también expuso en la Biblioteca del Congreso en Washington, en ocasión de la visita del presidente Rómulo Gallegos a la nación norteamericana; en importantes museos de San Francisco y Denver, y en el Museo de Bellas Artes de Caracas.

Ante tan brillante trayectoria, no deja de ser curiosa la proverbial sencillez y discreción del pintor. A pesar de haber conquistado lo más cotizados galardones, nunca le gustó hablar de sí mismo ni de su trabajo. Nunca se envaneció de sus triunfos.

A propósito, dijo el Premio Nobel de Literatura Miguel Ángel Asturias: “Pintar con la respiración, no con pinceles. Esto es lo que hace Poleo, sacerdotal, litúrgico, en un arte enfriado a temperatura de silencio”.