Elisa Lerner, maestra de la crónica
Por Álvaro Mata
Cronista de excepción y autora de inolvidables piezas de teatro, Elisa Lerner nace en Valencia en 1932, y desde muy temprana edad parece revelarse su inclinación por la escritura.
Comienza a estudiar la carrera de Derecho en la Universidad Central de Venezuela, y hacia 1950 publica artículos de crítica cinematográfica con el seudónimo de “Elischka”. A mediados de la década se une al grupo Sardio, conformado por jóvenes escritores que se oponían a la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, con publicaciones y actividades que fueron esenciales para la renovación literaria y cultural del país.
En lo sucesivo, el nombre de Elisa Lerner se daría a conocer desde la prensa como autora de unas cuidadísimas crónicas de acerada prosa, donde hace gala de su inteligente y cáustico verbo. A partir de ella, la crónica en nuestro país es elevada a un sitial honorífico.
Según dijo en una entrevista: “La crónica es para mí una manera de estar en la vida; una manera dialogante, amable, donde está el otro, donde no estoy yo sola… Es una manera poco arrogante de estar en la vida. Y también es una forma de ciudadanía”.
Temas como la dictadura, la democracia, el cine, la frivolidad femenina, la telenovela, la literatura, entre otros, no escapan a su mordacidad y capacidad crítica, para siempre desembocar en su gran pasión y preocupación: Venezuela.
Muchas de estas crónicas fueron recogidas en libros como Una sonrisa detrás de la metáfora, Yo amo a Columbo o la pasión dispersa, Crónicas ginecológicas, Carriel para la fiesta y En el entretanto. Recientemente, en el año 2016, se publicó la compilación de todos estos textos en un fundamental volumen de casi 800 páginas titulado Así que pasen cien años.
Quien quiera tomarle el pulso a este complejo entramado que llamamos Venezuela, sin duda debe leer la obra de Elisa Lerner, porque en ella hay una clave para comenzar a comprenderlo. Como anotó ella misma: “Un país es su varia gente, los pájaros —trabajadores incansables que vuelan entre cielo y tierra— y los árboles de las plazas saludando como pañuelos verdes cuando algún airecillo mueve la fronda. Pero, de igual manera, el país es la batalla de la tinta silenciosa del escritor donde, también, le va la sangre”.