El Delta según Gladys Meneses

Selva, manglares, agua, caños, que van a dar al mar, “que es el morir”, es el Delta venezolano. Magnificente riqueza natural que encarna como fatum en la sensibilidad de sus artistas, de la que es buen ejemplo la inolvidable Gladys Meneses, quien hizo de esta zona el corazón indescifrable que late en su obra. Grabadora, escultora, vitralista, docente y gestora cultural, Gladys Meneses nació en Tucupita, y la historia refiere la fascinación que, de niña, le causó el contacto con los colores, a través de los tintes que su madre aplicaba a los textiles que fabricaba. Ya en Caracas, estudia en la Escuela de Artes Plásticas Cristóbal Rojas, se interesa por el grabado y aprende las técnicas con rigor. Viaja a Italia y profundiza sus conocimientos sobre la gráfica. De regreso a Venezuela, casa con el escultor Pedro Barreto y se instala a trabajar en su casa-taller de Lechería, estado Anzoátegui, especie de ateneo popular en el que ofrecen talleres de pintura y grabado para niños y jóvenes del barrio. “Más que artistas, quiero ayudar a formar seres humanos, seres sensibles”, repetía Meneses con convicción. Se concentra en las formas ovoides, texturadas, que semejan piedras, y comienza a experimentar con polietileno. Apuntalando su pasión por el grabado, va a Japón y estudia en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Tokio, donde descubre que, en sus palabras, “aquellos profesores son nobles, sin egoísmos, y eso te ahorra años de aprendizaje. Te llevan hacia la claridad de tu lenguaje”. En su caso, uno muy propio, inconfundible en el mundo de nuestra gráfica, cuando adosa fórmica a las planchas de metal, originando los característicos relieves de sus grabados. Ondulaciones que, posteriormente, romperán los límites del soporte (el papel) para insertarse en el paisaje, del que salieron, cuando las matrices de cobre, melamina o madera se convierten en esculturas/murales que se integran a la arquitectura. Efluvios deltaicos que bañan al hombre de la ciudad. Caudales de agua, su sombra, el lecho fluvial. Trazas en la arena sobre las que reposan guijarros, piedras que son paisajes, que son mundos. Formas orgánicas, naturales, a fuerza de imitar a la naturaleza. Línea fluida y sinuosa grabada en seco, aguafuerte y aguatinta, que transpira el Delta del Orinoco sintetizado. He aquí las insinuaciones que vemos en la obra de Gladys Meneses, ineludibles, porque como siempre solía señalar, “uno, en definitiva, es de un sitio determinado, y eso se siente”.
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