La talla según Viviano Vargas

 


 

 

Por Álvaro Mata

El artista artesano Viviano Vargas nació en el caserío de Canoabito, en el estado Carabobo, en 1917, y gran parte de su vida transcurrió en el campo, en una hacienda de café ubicada en las montañas cerca de Canoabo donde trabajaba como peón y capataz. La cercanía a la tierra le haría conocer sus secretos, la nobleza de las maderas y las bondades terapéuticas de las hierbas, con las que curaba, aderezada con rezos, “porque con remedio y con fe es que uno se sana”, decía. La música era su solaz. Fabrica sus propios instrumentos de cuerda para su diversión y la de los suyos y no había parranda en la que Viviano no participara con su ánimo festivo.

En los descansos de la ruda faena labriega, Viviano se dedica a “labrar palitos” a partir de los rudimentos aprendidos de algún tío carpintero, y el resultado fue bastante alentador. “Hice dos loros y una botella, que los compró una señora de Valencia”, nos cuenta, “y desde ese entonces, poco a poco, empecé a cogerle el gusto a la talla. Seguía trabajando en el conuco y cuando encontraba un tronco que me gustaba o en el que se veía una gente o un animal, me ponía a tallar y me olvidaba de la siembra, y como todo lo que hacía la gente venía y lo compraba, un día dejé el conuco para siempre. Porque trabajar la tierra para otros es duro, y eso era lo que yo hacía”.

En el monte, Viviano busca las maderas de su preferencia —aguacate, majagüe, ceiba, cedro—, las corta en luna menguante y las deja remojando en kerosén o agua salada, para su mejor conservación. Machete y navaja son sus instrumentos para tallar, mientras que pequeñas piedras sirven para pulir las superficies. Finalmente, una pátina de pintura industrial remata las piezas, producto de una insólita intuición cromática.

Siguiendo —inconscientemente— la tradición de los santos de botella coloniales, especie de altares portátiles, Viviano Vargas consigue en los trípticos su mejor y más inspirada obra. Los temas que aborda son religiosos, históricos y costumbres populares, en troncos de cuyo corazón parecen brotar las formas. Sus vírgenes y personajes son robustos, y no poco de aura infantil se percibe en estas vigorosas tallas. La alegría de vivir de las parrandas de juventud también es patente en ellas. En la década de los años ochenta sus tallas se exponen por primera vez en Valencia y en los noventa llegan a Caracas. El reconocimiento es inmediato. En Canoabito, estimulados por el éxito de las tallas de Viviano, familiares y vecinos, navaja y madera en mano, se ponen a dar rienda suelta a sus necesidades expresivas, y al poco tiempo el caserío comienza a ser conocido como un enclave de tallistas de apreciable calidad.

Reverente y respetuoso, Viviano Vargas resumió así su excepcional trabajo: “La madera tiene su secreto y yo he tratado de saber algo de ella”.

Imprimir texto