La alfarería de El Cercado

 


 

 

Por Álvaro Mata

Ubicado a un par de kilómetros del pueblo de Santa Ana del Norte, en la Isla de Margarita, se encuentra El cercado, una comunidad alfarera con cinco siglos de tradición. La fantasía –y la lógica- sugieren que la solidez y calidad de la cerámica precolombina era tal, que resistió la llegada de los españoles, y que fueron ellos, precisamente, quienes supieron valorar su resistencia y durabilidad, incorporándola a su conquistadora empresa. Este encuentro generó un hermoso mestizaje, en el que nuestros aripo y platopié conviven con las ibéricas cazuelas o tinajas.

A pesar de su rudeza, la alfarería en El Cercado es un oficio casi exclusivamente de mujeres, que se transmite de abuela, a hijas y nietas con el ejemplo. Los hombres ayudan en la elaboración del barro, pero son ellas las que dirigen, ejecutan el proceso y tienen la palabra final, junto con el horno. Estas mujeres no se pretenden artistas, aunque lo sean sin quererlo, y saben, con orgullo, que lo suyo es la artesanía propiamente dicha, y no la cerámica finamente acabada. El cercano cerro La Cruz es el yacimiento de donde extraen la arcilla, que hasta hace poco cargaban en la espalda en mapires. Los tipos de barro que emplean son el negro, blanco, la grea y el colorao, molidos a palo y piedra hasta pulverizarlos y mezclarlos intuitivamente, pues no hay recetas escritas. Luego de amasarlo pacientemente, se comienzan a levantar las piezas con la técnica del enrollado. El horneado es una quema con leña a cielo abierto, eficaz método indígena que se mantiene aún hoy. Y si bien se han sucedido las mutaciones propias del intercambio comercial, los modelos tradicionales se han mantenido a través de los años, con una notoria austeridad decorativa que nos hace preguntar por la vida que llevaban aquellos artesanos.

No escapa la alfarería de El Cercado a la amenaza de desaparecer por la falta de continuidad. Es por ello que, recientemente, hemos visto con alegría el trabajo de una nueva generación de alfareros cercadeños que, sin apartarse de la tradición centenaria de la que forman parte, modelan el discurso del barro para llevarlo a otro nivel, digno de las galería de arte, actualizando una rutina que se repite desde hace, al menos, quinientos años.

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