Un icono llamado Caracas sangrante

 


 

 

Por Álvaro Mata

No hay dudas de que Caracas sangrante es la obra más emblemática de ese “hacedor de imágenes” que es Nelson Garrido, porque desde el mismo momento de su aparición en el año 1993, pasó a formar parte del imaginario colectivo del venezolano.

La imagen en cuestión es la ciudad con las torres de Parque Central en primer plano y el Ávila como telón de fondo. No hay cielo. La toma fue hecha desde un helicóptero, y aunque apenas capta un extracto del todo, transmite una idea bastante completa de Caracas: la barriada humilde donde se hizo la exposición, los edificios emblema de la modernidad democrática venezolana y la milenaria montaña del Valle de los Toromaimas. Una foto modélica, casi una postal de las que promocionaban la otrora “Gran Venezuela”. Pero, de pronto, la clarividencia se enciende —el creador es un vidente, se ha dicho— y Garrido interviene digitalmente la fotografía con líneas de color rojo a manera de chorros que manan de todos los rincones de la ciudad, desembocando en un hermoso charco de sangre en el que flotan los conductores que transitan por la autopista.

Es notoria la claridad conceptual y la decantación del lenguaje del artista que da como resultado una síntesis de la balumba de violencia —política, social, de pareja, etc.— en la que se ha acostumbrado a bucear el venezolano. Por eso Garrido se propone “señalar, con la obra, que la violencia no es algo normal (…) La violencia en mi obra funciona como una medicina homeopática: introduzco una pequeña dosis para que el cuerpo del espectador reaccione”, dice. Y el remedio es eficaz, pues el paciente aletargado que somos reacciona de inmediato con la medicina alternativa que nos suministra el artista. Inoculados con algunas pocas rayas rojas, la imagen se anima en nosotros, comenzamos a vernos en alguno de los pequeños habitáculos de la sanguinolenta postal y hacemos consciencia de las gotas rojas que, de uno u otro modo, aportamos al gran caudal.

Atrás quedó la bucólica Caracas de los pintores viajeros del siglo XIX, lejano está el hermoso valle al que se entregaron con pasión los paisajistas de la Escuela de Caracas. La de Nelson Garrido es una Caracas sangrante, cónsona con el espíritu de los tiempos que le tocó vivir. Y en este arco que va de la Caracas de los techos rojos a la Caracas bañada en rojo, podemos leer la historia de una violenta transformación citadina, que no hemos sopesado con el debido rigor. Queda esta magistral alegoría de nuestros días para acometer la tarea.

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